domingo, 9 de marzo de 2014

Cuentos carnívoros, de Bernard Quiriny.










Contes carnivores.

2008 Editions du Seuil
2010 Acantilado
Traducción del francés por Marcelo Cohen.
Prólogo de Enrique Vila-Matas.



Bernard Quiriny nació en Bélgica en 1978. Es profesor de Derecho y Filosofía en la Universidad de Burgundy, Francia. Sus libros de relatos cortos han recibido numerosos premios.
Sanguina.
El narrador se aloja en un hotel en Barfleur. Allí traba conversación con un extraño, éste, ante la mirada incrédula de su interlocutor, ingiere una ampolla de sangre junto a un zumo de naranja. Para explicar esta singular costumbre el extraño relatará una asombrosa historia acaecida 15 años atrás en Bruselas, la historia de la mujer ("Entonces se quitó la blusa y me vi ante el espectáculo más extraordinario que se me haya dado contemplar") con piel de naranja.

El episcopado de Argentina.
Una asistenta viuda entra al servicio del obispo de San Julián en 1939. Poco a poco desentrañará el misterio que envuelve al obispo ("Me invitó a acercarme a la cama y poner la mano sobre la frente del muerto"), o debería decirse... a los cuerpos del obispo.

"Qui habet aures".
En 1965 un empleado de banca, Renouvier, descubre tener un extraordinario poder auditivo. Gracias a las conversaciones detectadas a distancia consigue establecer un equilibrio envidiable en sus relaciones laborales, familiares y sociales ("La lucidez de Renouvier asombraba; lo calificaban de fino psicólogo, de caballero cabal"), hasta que el asunto se escapa de su control -una chica se enamora de él- y termina en tragedia.

Unos cuantos escritores, todos muertos.
El narrador, merced a un tal Pierre Gould (¿algo que ver con Pierre Menard, autor del Quijote de Borges, o quizá con Glenn Gould, el excéntrico pianista canadiense? ya empiezo a ver fantasmas), reúne una serie de biografías de escritores desconocidos (una fórmula, la del descubridor de falsos talentos, que ya pusieron en práctica William Beckford en sus Memorias biográficas de pintores extraordinarios o Stanislaw Lem en Vacío perfecto, y más recientemente Danielewski en La casa de hojas -con esa turbulenta serie de referencias bibliográficas en las notas a pie de página-, sin olvidar al hilarante filósofo Selby de El tercer policía de Flann O´Brien, en definitiva, una fórmula que perdió el factor sorpresa y que por tanto ¿está agotada?). Así, Enzo Trastani publicó diez libros con nombres de composiciones musicales. Adolphe Morceau escogía superficies relacionadas con el contenido de sus libros para redactarlos sobre ellas. Malcolm y Clarence Galtho fueron mellizos, ingleses, y escribieron sus libros conjuntamente. Pierre Alexandre Skovski fue un joven prodigio que redactó su autobiografía a los 16, a los 20 quemó toda su producción y a los 21 se pegó un tiro en la cabeza. Francisco Martínez y Díaz escribió un solo libro, Historias leídas en un espejo ("No serán obras maestras -dice Pierre Gould-, pero a mí me gustan mucho" -algo me dice que semejante afirmación va dirigida al crítico potencial de estos cuentos, oiga, mis cuentos no será obras maestras pero ¿a que le gustan mucho?). Nicolas Sambin fue el verdadero autor de Jardines deshabitados -¿un guiño a El jardín de senderos que se bifurcan de Borges?- de Henri Quesnel. El problema es que a Quesnel tampoco lo conocía nadie. Marceline Echard pasó los últimos 15 años de su vida intentando demostrar que Hitler seguía con vida. Según el narrador este autor aparece en La vida: instrucciones de uso de Georges Perec -no, Quiriny no inventó a Perec, aunque seguro que le habría gustado hacerlo (este juego parece gustarle a Quiriny, es decir, la idea de entremezclar algún autor real -Perec, Breton, de Quincey, Arrau, Rubinstein- entre su amalgama de personajes pseudorealistas). Benoit Sidonie, profesor italiano, amigo de Breton, escribió 6 relatos pornográficos que ningún editor quiso publicar. Pierre Laroche de Méricourt, vanidoso y cínico, escribió la novela Mareas negras (el hecho de que Laroche comparta nombre de pila con Gould -¿Doppelgänger de Quiriny?-, y que haya un relato incluido en este libro con ese título da que pensar, pero ¿qué es lo que da que pensar? es a lo que no he podido responder todavía). Bertrand Sombrelieu se ocupó de publicar por su cuenta y riesgo una serie de biografías de desconocidos, homónimos de personajes ilustres, incluido el suyo propio, Bertrand Sombrelieu, "propietario de un hotelito en los Pirineos" -una broma que utiliza el propio Quiriny con alguno de sus personajes como los músicos Gaudí, Morand y Murakami.

Quidproquopolis (De cómo hablan los yapus).
Un joven universitario relata la investigación de una lengua nativa del Amazonas (imposible no acordarse de Ten thousand years older, el documental de ficción que Werner Herzog incluyera en la película colectiva Ten minutes older). Ante el fracaso de todos sus predecesores ("Hace unos años, un investigador belga llamado Pierre Gould arriesgó una seductora hipótesis para dar cuenta de las aberraciones del yapu") consigue formular una teoría que conjuga el malentendido y el absurdo como base de comunicación.

Mareas negras.
Un trabajador del puerto de Amberes conoce a Pierre Gould (como hemos dicho, personaje presente en varios de los relatos, como una sombra tutelar, e incluido también en el relato-prólogo de Vila-Matas, Un catálogo de ausentes, un magnífico cuento en el que el narrador pretende escribir una Historia general del vacío, y donde sale a relucir una Historia general del aburrimiento, obra de 1788 de Pierre Gould, "insigne antepasado, por cierto, del Pierre Gould que aparece siempre en los relatos de Bernard Quiriny, uno de mis escritores favoritos" -con la salvedad de que Pierre Gould NO aparece en TODOS los relatos de Quiriny, lo cual constituye un error lamentable de Quiriny, y lo que conduce al lector a la siguiente reflexión: ¿quién es Pierre Gould, por qué sale sólo en algunos relatos de Quiriny y, sobre todo, el Pierre Gould que aparece es el mismo en todos los relatos?-, y que contenía como apéndice un extravagante -la enumeración de todas las defunciones acaecidas en la historia de la humanidad- Catálogo de ausentes -un proyecto inabordable por su exagerada extensión y que recuerda (no por su naturaleza, sí por su complejidad) a la novela interminable de El jardín de los senderos que se bifurcan de Borges, donde se lee, relativo al libro de Ts´ui Pên: "Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera con posibilidad de continuar indefinidamente (...) Casi en el acto comprendí; el jardín de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio"- y en el que el narrador dice preferir limitarse "a ser un personaje de Pierre Gould. O mejor dicho, hacerme pasar por el Pierre Gould actual, por el héroe -tal vez el doble- de Bernard Quiriny", y al final del relato: "A veces me hago pasar por Pierre Gould, por el historiador del aburrimiento, pero a veces también por su descendiente, ese que también se llama Pierre Gould y aparece en los relatos de Bernard Quiriny"; un relato, el de Vila-Matas, escrito por el narrador entre cuatro paredes blancas, como si acabara de leer a Henry David Thoreau ("Antes de que podamos adornar nuestras casas con objetos bellos las paredes deben estar desnudas, nuestras vidas deben estar al desnudo"), si bien el lector sospecha que el autor de Un catálogo de ausentes está entre cuatro paredes blancas por algún tipo de recomendación sanitaria -que está en un manicomio, vaya). Gould lo introducirá en la estética de las mareas negras, esas catástrofes ecológicas que Gould equipara en belleza con el "arte" del asesinato. Así, este extraño individuo presta al narrador -frente al petrolero mexicano "Pedro Páramo" (otro guiño, bastante menos tangencial que el del jardín)- un folleto con una conferencia suya (que incluye extractos de Del asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey, según nota de Cohen -¿no debería haber sido el autor y no el traductor quien firmara esa nota a pie de página?) e invitara al narrador a una excursión iniciática hasta Finisterre, un viaje que finalizará de forma tan instructiva ("Había que rendirse a la razón: ya que no podía salvar el cabo de Finisterre, podía al menos contemplar la belleza del espectáculo") como delirante.

Mezclas amorosas.
Un empleado de banca -recordemos que Josef K. era también empleado de banca- llamado Renouvier (¿el mismo de Qui habet aures?) planifica los días de la semana de tal forma que pueda citarse con sus tres amantes sin desatender -o al menos eso cree él- sus compromisos familiares ("Su corazón era como un escritorio bien ordenado, con una gaveta para cada relación; cuando Renouvier abría una no pensaba en las otras"). Todo funciona a la perfección durante años hasta que un día el espejo del tocador de la habitación del hotel devuelve una imagen que no se corresponde con la imagen lógica que debiera reflejar. Asustado -o arrepentido-, decide poner fin a sus aventuras extramaritales, una decisión que, sin embargo, no servirá para abrirle los ojos a un secreto conyugal que ni siquiera llega a imaginar.

Crónicas musicales de Europa y otros lugares.
Al igual que sucedía en Unos cuantos escritores... Quiriny vuelve a recopilar una serie de autores excéntricos -aunque en esta ocasión no son recomendaciones de Pierre Gould. Se trata de compositores con peculiares métodos de creación. En La invención de Gaudí el músico belga Antonio Gaudí estrena una innovadora obra en el Teatro Real. Para ello ha diseñado un portentoso instrumento que reúne todas las modalidades de sonido. Gaudí ofrecerá un estruendoso concierto del que nadie saldrá indiferente. En Haciendo bramar la torre es el japonés Yoshio Murakami (el mundo del escritor Haruki Murakami se instala, sobre todo en sus primeras novelas, entre lo fantástico y lo grotesco, un universo al que no sería ajeno este libro de Quiriny) quien proyecta realizar sobre la torre Eiffel una obra físico-musical mayestática, usando para ello la vibración de la estructura de hierro del monumento. La prueba realizada con una maqueta no será suficiente para la aprobación de dicha representación -una nota común en algunos finales de Quiriny es el de la inconclusión o mejor dicho, de la conclusión decepcionante. En La dificultad no es nada el músico argentino Eduardo Morand compone una serie de partituras de tal complejidad técnica que resultan imposibles de tocar por intérprete humano alguno ("Arrau, Bolet y Rubinstein han dejado caer los brazos frente a su Estudios para piano"). En La música que flota en el aire un extraño cuarteto resuena indefinidamente en un enclave concreto de la Columbia británica. El protagonista de Sinestesia, Thomas Garner huele la música, describiendo la misma en base a olores reconocidos ("No son alucinaciones. Yo huelo a Bach y huelo a Fauré como vosotros oléis el jabón, la lavanda y la vainilla"). Noticias tristes de Eicher nos narra la singular aparición de un pianista francés de jazz. Herido, inconsciente y amnésico, se verá incapaz de reconocer ninguna de sus antiguas melodías.

Recuerdos de un asesino a sueldo.
Recoge las memorias de un asesino a sueldo en cinco capítulos. El aburrimiento de un hombre de negocios de 48 años le lleva a contratar al asesino con la peligrosa intención de salir de la monotonía. En el asunto Yaporov nuestro asesino particular tiene un pequeño imprevisto que le conduce a una acertada reflexión. En Dylan, la viuda de un diamantista quiere deshacerse de su nieto, cree que es el diablo. En Autorretrato vuelve a aparecer el libro de Thomas de Quincey ("Un amigo cercano -lo bastante cercano para saber cómo me ganaba la vida- me lo regaló cuando cumplí cincuenta años; todavía no lo he leído") y al final su trabajo tendrá mucho que ver con la obra maestra de un artista contemporáneo. Dos últimas infidelidades cuenta dos casos -tan breves que parecen escritos a desgana- en los que utilizó métodos poco convencionales, en el último de ellos, la belleza de la víctima le hará replantearse el sistema empleado.

El cuaderno.
El gran escritor vienés Axeles posee un cuaderno en el que va anotando, se piensa, ideas para futuros escritos -en uno de los relatos de La niña del pelo raro de David Foster Wallace hay un personaje femenino que tenía más o menos la misma costumbre: "Él era un bebedor compulsivo de café. D.L. siempre estaba sentada en las cafeterías, sola provista de un cuaderno para atrapar pequeños atisbos de inspiración antes de que pudieran escaparse"; una técnica que también utilizaba Chéjov, como se dice en el mismo cuento de Quiniry) . En cualquier momento y situación coge la pluma y escribe algo en el cuaderno, los presentes se preguntan de quién habrá cogido esta vez el maestro el tema para una composición magistral (y, curiosamente, a veces los cuentos de Quiriny dan esa sensación de apunte provisional que espera ser desarrollado). Finalmente, un joven autor sin talento, Bastian Picker, se propone -tal y como confiesa al narrador- robar el cuaderno, elemento indispensable para salir del atolladero en el que se encuentra su inspiración ("La comedia duró casi seis meses. Obsesionado con el cuaderno y los temas para libros que contenía, Bastian ordenó su vida en función de la de Axeles, aterrorizado por la eventualidad de no estar presente cuando se presentara la ocasión de apoderarse de él"). Cuando consiga su objetivo, Picker comprenderá el auténtico sentido de las anotaciones del maestro.

Extraordinario Pierre Gould.
Recoge algunos pensamientos (sobre los sueños, la báscula total, su árbol genealógico, los ratones de biblioteca, un reloj que avisa de la muerte del portador, un libro escrito en el cuerpo de una mujer -¿quién no ha visto The Pillow Book de Peter Greenaway?-, tres proyectos, la fortuna, la timidez en el amor- del excéntrico Pierre Gould, y donde resaltan "La impaciencia de Pierre Gould no tiene límites" y el estrambótico cartel leído por el escritor Jan Zabrana en algún lugar de la Checoslovaquia comunista: "Debido a los trabajos en la vía de desvío, la carretera nacional se encuentra momentáneamente reabierta".

El pájaro raro.
Jacques Armand es un artista que realiza sus pinturas en huevos de todo tipo (Paisaje del Zambeze, sobre huevo de avestruz, y Homenaje a Escher, lápiz sobre huevo de cisne, son algunas de sus obras). Durante una exposición retrospectiva en 1987 el narrador tiene ocasión de realizar una visita a puerta cerrada junto al artista. Ante una de las obras Armand se parará de forma enigmática ("pareció turbarse, como si acabara de percibir el fantasma de un amigo fallecido").

Una borrachera perpetua.
Posiblemente sea éste el mejor cuento de todo el volumen. Se divide en Una bibliografía pobre, que selecciona las pocas menciones que de un brebaje centroeuropeo denominado zveck -un término que homenajea al célebre soldado de Hasek- se hace en la historia de la literatura; Notas sobre mi padre descubre la actividad como agente doble de los servicios secretos de espionaje británico del padre del narrador; El manuscrito es la transcripción literal de un pequeño texto del padre salvado de la quema y que narra un episodio fantástico de tres accidentados espías en un lugar indeterminado -yo me inclino a pensar en un lugar perdido de la Rumanía más ancestral- en plena guerra mundial y que acabará en un mesón pintoresco -y pienso en El baile de los vampiros de Polanski-, donde se celebra una fiesta local y en el que se servirá una bebida de extraños e irreversibles poderes ("Luego, sin dejar de mirarme con insistencia, me soltó el puño como para dejar que yo decidiera libremente. Beber o no beber, ésa era la cuestión"); Una borrachera perpetua establece una hipótesis acerca del verdadero destino del padre del protagonista. Un relato con evidentes tintes borgianos -quizá podría llevar esa etiqueta algún cuento más, quizá todos -o puede que ninguno-, en cualquier caso estaríamos ante un Borges menos barroco en su lenguaje -¡mucho menos barroco!-, menos enigmático -¡mucho menos enigmático!- y emplazado casi siempre en la caricatura, cuando no en la parodia, con un uso parecido de los recursos en la presentación de la trama -un extraño le cuenta, un extraño le envía una carta, un manuscrito que se creía perdido,...-, un fino -y macabro- sentido del  humor y una evidente afición por los nombres equívocos y los juegos de identidades, cuentos que denotan admiración por Poe (supongo que no es casualidad que en el relato de Vila-Matas que actúa como prólogo tenga una presencia determinante el final de El relato de Arthur Gordon Pym, así como un relato de Nabokov, Ultima Thula -donde Falter resolvió el enigma del universo-) y Kafka -no sería justo decir que Quiriny aspira a ser el heredero de Borges o Poe, mucho menos de Kafka, simplemente porque eso aniquilaría para siempre a Quiriny- y que, como sugerí anteriormente, en ocasiones parece beber de la estela de Murakami -con su visión de cómo lo mágico e increíble convive con la cotidianidad- e incluso del Vila-Matas de Exploradores del abismo (en el prólogo el barcelonés cita unos versos de Hilda Doolittle, "somos navegantes, exploradores de lo desconocido", que parecen hacer referencia a su colección de cuentos). La mayoría de críticos de estos Cuentos carnívoros coinciden en las mismas influencias. Jacinta Cremades en el cultural los ha relacionado con Poe, Borges y Aymé; Juan Cervera de rockdelux con Poe, Borges, Kafka y Cortázar -si bien, admitiendo caer en el tópico de las referencias-; Sergio Rodríguez Prieto de El País con Borges, Buzzati y Aymé. Unos relatos, en definitiva, entre lo fantástico y lo surreal -no en vano aparece el nombre de Breton en uno de sus cuentos-, y que el autor hubiese querido -no sé si lo habrá conseguido finalmente- que se definieran con la cita de Ambroise Pierce que abre el volumen: "Si estos hechos pasmosos son reales, voy a volverme loco; si son imaginarios ya lo estoy".

Cuento carnívoro.
Es el último relato del volumen y, junto con Sanguina, el único que pueda catalogarse como "carnívoro" (en su acepción más antropofágica) -¿que por qué el volumen adopta ese nombre genérico? no lo sé, pregunten a Quiriny, o mejor ¡a Pierre Gould! Un inspector de Scotland Yard jubilado planea escribir sus memorias. Un caso, el del botánico John Latourelle, hallado muerto en su invernadero, es el elegido por Groove como uno de los más extraordinarios de su carrera. Con el propósito de ayudar en la resolución del  misterio un antiguo colaborador del botánico escribe una carta al inspector desde el otro lado del Atlántico ("Latourelle mantenía con sus plantas una relación malsana y patética"). Su teoría no deja de ser asombrosa y finalmente Groove aclarará el enigma del botánico sin necesidad de recurrir a ella -lo que, paradójicamente (y gracias a un destello genial de Quiriny), deja sin sentido al título del cuento, y, consecuentemente, al de la colección de cuentos, y, consecuentemente o no, a este comentario.