domingo, 27 de diciembre de 2009

El sendero en el bosque, de Adalbert Stifter


Der Waldsteig. Traducción de Carlos d´Ors Führer.




Recorrer las estanterías de la biblioteca municipal con tiempo por delante y sin ningún título en la cabeza depara a veces sorpresas tan inesperadas como ésta. Sin más orientación que unos comentarios elogiosos por parte de Thomas Mann y Peter Handke la obra de Stifter captó mi interés.

Es El sendero en el bosque una pequeña novela escrita en 1845 en la cual su protagonista -según sinopsis de la edición-el "neurasténico, solitario y misántropo Tiburius Kneight que, hastiado de todo e instalado en una vida de lujo en indolencia, decide visitar un balneario siguiendo los consejos de un doctor algo chiflado que nunca receta medicamentos a sus pacientes. Porque, ¿quién creería a un doctor que prescribiera un paseo por el bosque, una caja de lápices, un cuaderno de dibujo, una cesta de abedul y una campesina que recoge fresas?".

Ya desde pequeño Tiburius se comportaba de forma rarita: "El muchacho se mostraba con frecuencia pensativo y absorto y, en su distracción, hacía cosas que motivaban la risa (...) O cuando se le ocurría limpiarse sus zapatos en el felpudo de la puerta antes de salir los días en que fuera hacía un tiempo espantoso". Me he acordado del cuento de Mrozek en el que el Conde sale a la calle un día intempestivo.

En algunos aparentemente insignificantes párrafos Stifter se asoma al sentido de la vida, descubre un poco de ese manto que oculta el misterio de la existencia, la labor humana, que distrae al ser humano de la fatalidad de su ser en la más absoluta de las ociosidades: "A veces en los bellos atardeceres de verano, cuando miraba el patio a través del cristal de su ventana bien cerrada y veía llegar a sus criados con un carro de heno o gavillas, sentía envidia -y con razón- de toda esa gente que vivía en la buena de Dios, en su ruda y frívola vida, sin preocuparse de nada y agitando los rastrillos y las mangas de sus camisas".

Su alejamiento de todo lo que implicaba una conducta social le conduce a un aislamiento que no por buscado deja de ser dramático, porque ¿acaso no quiere el solitario dar a conocer su instinto de solitario a los demás? , y si los demás no están presentes para comprobar esa soledad ¿de qué sirve esta? ¿cómo puede el solitario sentir la soledad si no tiene momentos de compañía con los que poder hacer una comparación? Algo de esto se me ocurrió leyendo a Nooteboom y su El enigma de la luz. Y es que la vida avanza a base de comparaciones, de contrastes, sin los cuales nada cobra el verdadero valor que en realidad contiene: "Se burlaba del interés y la insistencia de sus amigos en visitarle, si bien no pudo evitar que fuera más gente a verle. Aunque los consideraba estúpidos y pensaba que lo mejor sería en realidad que no aparecieran en su casa en absoluto y nunca más, no sabía cómo despedirles. Pero al final esto terminó por suceder y, en consecuencia, nadie acudió ya más a visitarle". Hombre, era lo esperable. Tampoco hay que ser tan drástico porque al final no te visita ni tu madre, por dios.

"No se mezclaba nunca con nadie y, cuando se topaba con alguien (algo inevitable por sus frecuentes paseos, prescritos por el médico), gustosamente daba un rodeo para evitarlo." Mira, ahí le doy la razón, a veces uno se encuentra con fantasmas del pasado que mejor evitar -sobre todo si les debes dinero-, pero en otras ocasiones un encuentro inesperado en la calle puede ser un maravilloso recuerdo de épocas pasadas y a eso no se le puede dar la espalda.
Después de una primera temporada otoñal en el balneario y tras conocer a una joven que recolecta fresas para su padre el protagonista decide volver en primavera para ello prepara minuciosamente su equipo de dibujo:

"A continuación puso sobre la mesilla, que destacaba sobre la pared -de intenso color azul--, los preciosos cuadernos de dibujo que había traído consigo; colocó después la caja de lápices de colores que también había traído, así como el sacapuntas de finas cuchillas. Sólo después hizo llamar al médico del balneario." El dibujo como símbolo de la actividad solitaria del hombre, como herramienta de unión entre hombre y naturaleza, como, en definitiva, única misión del hombre sobre la tierra, rendir homenaje a lo más sublime.

Finalmente se encuentra una vez más con la joven, por la que no sabía exactamente qué sentimientos albergaba: "Tras haber ido varias veces de excursión por aquellos oscuros bosques, llegando incluso a divisar las cumbres nevadas del valle, un día sucedió que, vagando por aquellos parajes con sus cuadernos de dibujo y su cazadora gris se encontró de frente con María. No hubiera podido decir si venía ataviada de igual modo que el otoño pasado, puesto que no pudo reparar en ello. Pero tampoco sabía si él era el mismo o no que el año anterior, ya que sobre esta particular no había meditado."

Y esto es muy interesante, la capacidad del ser humano para adivinar, diagnosticar, intuir, comprender el cambio que ha podido experimentar en un año. ¿Cómo podemos constatar las diferencias que nos metamorfosean con respecto a nuestro yo pasado? Sólo el enfrentamiento con una realidad anterior y nuestra reacción ante ella puede darnos una pista. Sin embargo, ¿no habrá cambiado igualmente ese elemento del pasado? ¿Y en qué medida, a la par que nosotros o en dirección contraria? ¿Es posible que dos seres humanos continúen unidos a través de los mismos lazos que los ha unido anteriormente? ¿Cómo saberlo?

Uno de los personajes centrales de libro es el propio bosque y las descripciones de éste por parte de Stifter son extraordinarias, uno parece estar paseando realmente por el bosque mientras avanza páginas. ¡Es un magnífico libro para los amantes del senderismo!

Stifter puede ser a primera vista un escritor monótono, sin nada que decir, ahuyentador de dobles sentidos, de imágenes ambivalentes, pero yo pienso a veces que es todo lo contrario. Su prosa es tan clara, tan directa, tan poco presta a la interpretación que nos vemos forzados a cuestionarnos cada palabra del texto, ¿no es la recolecta de fresas junto a María una metáfora del acto sexual? ¿No es ese caminar sin itinerario preciso por el bosque una forma de dar a entender la incertidumbre del hombre ante la vida? ¿No es ese paraje maravilloso por el que se adentra el joven solitario un símil con el que aludir a lo sorprendente que puede resultar la existencia? ¿O en realidad no es más que una reflexión acerca de la soledad del ser humano quien aunque esté rodeado de magníficas personalidades -representadas por sitios hermosos- nunca estará satisfecho con la interacción efectuada con ellos? Puede que nada de esto. El doctor chiflado le ha recetado que vaya a un balneario a buscar esposa, así se curará. No es una prescripción descabellada. Al final el joven mejora, pero ¿sanará de su misantropía? El nacimiento de un hijo abrirá el camino para la desavenencia...
Por cierto, bonita portada, una acuarela de 1896 de Carl Larsson (La vieja iglesia de Sundborn, en el Museo Nacional de Estocolmo).

sábado, 26 de diciembre de 2009

La vida difícil, de Slawomir Mrozek.


Traducción de B. Zaboklicka y F. Miratvilles.


Continuando con autores polacos poco conocidos en España y publicados recientemente por la editorial Acantilado nos encontramos con este volumen recopilatorio de cuentos de Slawomir Mrozek y titulado como uno de ellos, La vida difícil (al menos según la traducción). Mrozek nació en Borzecin en 1930 y su obra viene absolutamente condicionada por el absolutismo comunista y el surrealismo. En La revolución, Mrozek está en su cuarto un poco aburrido. Decide ser un revolucionario. Para ello cambia el armario y la cama y la mesa de sitio: "Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión determinante". Pero su espíritu rebelde vendrá condicionado por el tormento físico de ¡dormir dentro del armario! En Una charla sobre historia contemporánea un mono es regalado al régimen. Poco a poco el mono irá escalando posiciones, será condecorado, y al final tomará el puesto del general accidentalmente "un jefe es un jefe, sólo que hora -así le parecía a Kasztanek- el jefe era otra persona". Por un nuevo fútbol establece las bases por las que debe regirse el deporte rey. Un resultado no determinado de un partido pone en riesgo la sabiduría del sistema, así las cosas "El resultado de cada partido deberá ser establecido de antemano por la Comisión Central de Planificación para todo el año, publicado en el Boletín Oficial del Estado y anunciado por los medios de comunicación". No sé, creo que la cosa no tendría mucha emoción sin embargo tiene sus ventajas este método: "De este modo, el elemento competitivo no sólo quedará eliminado, sino que estará orientado hacia un rumbo socialmente sano y constructivo". En El juicio final las apariencias en el Cielo están un poco desdibujadas, nuestro protagonista tendrá que enfrentarse a unos jueces algo diferentes de los esperados "Me encontré solo a los pies de esa enorme montaña, con la multitud de bienaventurados detrás de mi. El Arcángel hizo sonar la trompeta -no reconocí si era Suslov o Budionnyi-, y empezó el juicio". Con La cría, Volver o no volver, El artista y El triángulo se aborda el siempre gratificante género de la fábula, y en ellos el Gallo, el Zorro y el narrador, dirimen algunos dilemas de difícil solución "El Gallo, el Zorro y yo estábamos de vacaciones cuando en la capital hubo un cambio de régimen. Nos reunimos en consejo." La vida espiritual, intelectual y artística concentra toda la ideología universal en un singular objeto con el cual se resolverán situaciones "comprometidas": "Su modo de empleo es el siguiente. Cuando encontramos a alguien por el camino, le golpeamos de inmediato con la porra en la cabeza". "Encontré a un prójimo que sin más ni más me arreó un bofetón", y es que, en La praxis, un buen cristiano puede tener problemas para poner la otra mejilla. La coexistencia es uno de los mejores relatos. En él un párroco y el diablo conviven bajo el mismo techo. El cura no se atreve a echarlo de su morada pues piensa que así no puede estar en otro sitio haciendo el mal "Se quitó los zapatos, se puso las pantuflas, preparó el té. Con el rabillo observaba al diablo." Caperucita roja demuestra que a veces hasta los personajes de los cuentos se cansan de interpretar su papel "después me dejaré comer y en el estúpido epílogo un valiente guardabosques destripará al lobo y nos liberará a la abuela y a mí". Parecida intención tiene La Bella Durmiente : "Cada vez que veo una Bella Durmiente, me acerco y deposito un beso en sus pálidos labios rosados. Entonces ella se despierta, pero lo que pasa después ya no es de mi incumbencia". A veces El sastre nos plantea posibilidades incomprensibles "¿Desea un traje con un lado o con dos lados?". El precio decidirá la opción más adecuada. El Conde está a punto de acabar con todo. Un pequeño dilema le salvará en el último momento "Abrió una caja de caoba que contenía un juego de dos pistolas con incrustaciones de nácar". Todos hemos sufrido alguna vez lo mismo que la protagonista de En un instante. Una llamada intempestiva propicia la recreación de una historia que finalmente sólo existirá en su mente "La señora consideraba la posibilidad de seducir al marido de su amiga como revancha o por si acaso, pero también se daba cuenta de que sería una empresa arriesgada". En Autorretrato un Conde maniático de la limpieza de sus zapatos vive "peligrosamente" "Podría suponerse que el juego de cepillos y betunes del que no se separaba nunca por prescripción médica le protegía de una muerte súbita." Algunos cuentos más completan este libro pero no voy a reventarlos todos. La escritura de Mrozek es esencialmente directa, sin embargo una magia especial tiñe todos sus cuentos, puede que sea su condición de discípulo aventajado de Kafka, su poética de lo rebelde, o la burla de los sistemas totalitarios. De cualquier forma la obra de Mrozek (me refiero también a La mosca, otra colección de cuentos también editado por Acantilado) es de una gran inteligencia, y une tanto el humor disparatado como la incredulidad por lo preestablecido. Leí en algún lado una definición muy apropiada y era la "revolución de lo absurdo", aunque no sabremos si es más absurda la revolución o lo que la provoca. Un autor que merece la pena descubrir.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Otoño en Madrid hacia 1950, Juan Benet (2)

Algunos párrafos de la segunda parte del libro, extraidos de los capítulos de Eloy y de Martín Santos:

Esto parece sacado de una peli surrealista, un término que el mismo Benet reconoce haber "españolizado", ya que la traducción literal desde el francés sería sobrerrealismo, una expresión quizás menos afortunada que la que ha terminado sobreviviendo:


"En aquellos tiempos apenas había semáforos; como mucho se podía contar una docena de semáforos en el centro de la capital que desde luego no servían para regular el tráfico rodado porque, reducido al de los vehículos oficiales y del transporte público, no tenía la menor necesidad de ser regulado. Al parecer quien tenía necesidad de ser regulado era el peatón. A falta de semáforos, en cada esquina del centro había un agente municipal o guardia, con un uniforme un tanto colonial -guerrera y salacot blancos- provisto de un poderoso silbato a fin de alertar al peatón que intentara cruzar la calzada por un punto no debido; si el peatón, desoyendo el aviso, pretendía persistir en su empeño, el agente no lo pensaba dos veces: abandonaba su puesto para perseguir al infractor, tomarle si era necesario por el brazo, obligarle a desandar el camino hasta conducirle al paso e imponerle como correctivo una sanción de una peseta, previa entrega del volante justificativo arrancado de un block que guardaba en el bolsillo de la guerrera."


El estigma del antiguo bebedor:


"Jesús Olasagasti venía poco por Madrid en los años anteriores a su muerte en 1956. Estaba muy consumido y si salía de San Sebastián era para hacer algún retrato en Bilbao o Madrid -retratos de damas de la buena sociedad, en su mayoría- o para hacer una cura de agua en el sanatorio de Valdecilla, después de la cual debería quedar definitivamente apartado del alcohol. A la vista de la probada ineficacia de aquellas curas, uno de nosotros -tal vez yo- en una ocasión le preguntó por qué volvía a Valdecilla si estaba suficientemente probado que el tratamiento no servia para nada; y Jesús -con un tono apologético pero entre hipidos y mordiscos al bigote- vino a contestar que tras cada estancia en el sanatorio no sólo se sentía mucho más fuerte sino que se depuraban sus ideas y sentimientos y hasta, por si fuera poco, pintaba con más arte y soltura. Y a guisa de prueba contó una historia que una vez más pondría de manifiesto la finura psicológica de aquel hombre del que ahora apenas se sabe nada. Contó que años atrás a un compañero suyo del sanatorio le llegó durante el tratamiento la llamada del Señor y no sólo decidió apartarse para siempre del vino sino que en cuanto abandonó el sanatorio corrió al seminario de la provincia a fin de tomar cuanto antes las órdenes y dedicar el resto de su vida al pastoreo de las almas. (...) ¿Y de su pasado de hombre frívolo, juerguista y bebedor no quedó nada?, preguntaría uno de nosotros, tal vez Martín Santos que ya por entonces se interesaba por las marcas indelebles que deja el pasado. Nada, un párroco excelente, fue la respuesta. Luego añadió, con una mirada indagatoria: Bueno, ahora que me lo preguntas te diré que se decía de él que su pasado había marcado su alma con un pequeño e inofensivo estigma: porque en misa, en el momento de la consagración, levantaba el pie derecho en busca de la barra. "


Contando huevos en la milicia:

"En otro momento me veo haciendo el inventario trimestral del almacén de la cocina de oficiales y, entre otras cosas, obligado a contar los huevos que contenía un enorme canasto de mimbre. Ante el miramiento con que, temmeroso de romper uno, inicié la operación, el sargento me reprendió: Está visto que nunca has contado huevos. No, sargento mío. Te he dicho mil puñeteras veces que no me llames sargento mío, que parece cosa de maricones; a la próxima te mando a la preven. Está bien, pero sepa que está permitido -y a veces es aconsejable- colcocar el pronombre detrás del sustantivo. Déjame de leches y a ver si aprendes a contar huevos. En el ejército se aprenden cosas que no se enseñan en ninguna parte.. ¿Como por ejemplo contar huevos? Exacto; cosas útiles que sirven para la vida. Los huevos se cuentan por medias docenas, a ver si te enteras, cogiendo tres con cada mano. Así. ¿Y qué hago con los que ya he contado? Trae aquel otro cesto y los vas poniendo ahí, ¿entendido? Ah, los reclutas no sabéis nada de la vida. Y tú mucho ingeniero pero no sabes contar huevos. Y se fue, dejándome ante uno de los problemas más irresolubles que entonces se me hubiera planteado, pues ¿cómo introducir en el fondo de aquel cesto, ocupadas ambas manos, los seis huevos? La solución para otro momento."


Cuidado en Finlandia, a poco que te descuides te clavan una jabalina entre pecho y espalda:

"Tras unos días junto en Helsinki, Jorge se fue a Laponia y yo a Otanemi, una ciudad construida para la olimpiada del año precedente, en un parque de abedules, abetos y lagos, plagada de ardillas y grandes liebres -del tamaño de un perro de mediana alzada. y donde si el paseante se descuidaba podía caer atravesado por una jabalina, tal era la afición de los finlandeses a correr en todos los sentidos lanzando jabalinas".


Doctrina ¿disparatada? o el análisis de la obra literaria:

"Entre los diversos ( y algunos disparatados, por demasiado canónicos) dogmas literarios que a sí mismo se había dictado Luis, consistía uno en creer que toda obra literaria de envergadura debía concluir, y a poder ser en su parte central, una Walpurgisnacht. Por más que yo tratara de refutar esa necesidad y le instara a enumerar más de dos obras que tuvieran una Walpurgisnacht, Luis se refugiaba en la doctrina de que toda obra tenía, aunque fuera disimulada y poco perceptible para el lector superficial, una Walpurgisnacht. Así pues constituía un deporte buscar la Walpurgisnacht en los textos más insólitos -no ya de la literatura sino de la historia, de la filosofía y hasta de la ciencia- y el día que le comuniqué, torpe de mi, que había descubierto una Walpurgisnacht, taimadamente disimulada, en el mismo corazón de Moby Dick, la doctrina quedó confirmada para siempre, fuera del alcance de toda investigación erudita."


El eterno dilema de la memoria reconstruida:

"Esa memoria es y será siempre un palimpsesto y cada nueva inscripción borra la anterior, y aun cuando la última no sea -y eso es más frecuente de lo que se confiesa- más que una invención destinada a adaptar el pasado a las predilecciones del presente. En contraste con las múltiples y sincrónicas perspectivas que un artista puede ofrecer de un hecho cualquiera, la memoria sólo puede ofrecer una, como si una ley ética tan sólo le permitiese conservar las más conveniente, esto es, la última, como si una ley mecánica le advirtiera de la imposibilidad de cobijar dos o más sin el riesgo de destruir esa unidad móvil a través del tiempo que constituye la esencia de su temporalidad."

Un libro recomendado para aquellos que piensan que Benet era un especulador de las palabras.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Otoño en Madrid hacia 1950, de Juan Benet.


Este libro sorprenderá a los seguidores de Juan Benet. Los que estamos acostumbrados a su prosa analítica, sincopada, rebosante de enigmáticos requiebros narrativos, a su criptográfico mundo de significados múltiples y abismales, a su trascendente mundo de naturaleza faulkneriana, nos encontraremos aquí a un Juan Benet completamente desconocido, autobiográfico, divertido, irónico, y ¡ameno! En este libro de Alianza Editorial se recogen cuatro relatos breves a modo de Diarios (más bien Breves Memorias pues la forma no es "diarista") en los cuales Benet da cuenta de cuatro personalidades cercanas a su existencia en el Madrid de la posguerra. Barojiana; Caneja, Juan Manuel; El Madrid de Eloy; y Luis Martín-Santos, un memento, son sus títulos.

Barojiana.

Benet cuenta cómo, cuando rondaba los veinte años, acudía cada quince días al piso de Pío Baroja en calle Alarcón donde se reunían algunas amistades del escritor para hacer tertulia. "De alguna manera se había intemporalizado, pero no cuando yo lo conocí sino cuando empezó su carrera de escritor, a finales de siglo, antes de cumplir los treinta años. (...) Su veneración por los maestros tenía algo de idolatría y resultaba impensable que un nuevo nombre moderno fuera elevado al altar donde había situado a Dickens, Stendhal y Dostoievsky. (...) Yo lo oí repetidas veces, la sentencia pronunciada con el rigor y la inapelabilidad de todo parte de defunción: "La novela ha muerto". Sí, él se la había cargado. Benet no sólo narra aquellos encuentros con el escritor sino que se permite analizar la obra de éste: "Se trata por consiguiente de una poda total: a la épica la despoja de todo heroísmo, al héroe de toda grandeza, al discurso de todo énfasis y brillo, a la prosa de toda figura compleja, a la dicción de toda ambigüedad y el párrafo queda reducido casi a la oración simple, el sustantivo no es acompañado más que por el adjetivo más directo". Buf, porque en aquella época no había móviles que si no emparenta a Baroja con el lenguaje sms, por dios. Pero también hay parabienes: "Para el oído moderno, Baroja es el mejor altavoz de toda la ridiculez de cierta retórica castellana, sobre todo la de sus contemporáneos; el más riguroso patrón con el que medir las ínfulas de la épica moderna, el fiel contraste de la novela española del siglo XX; y tal vez, también el tronco del que tendrán que partir las ramas de la misma narrativa que él mismo podó". Bueno, digamos entonces que según Benet don Pío se cargó la novela para que pudiera seguir construyéndose desde cero.

Caneja, Juan Manuel.

Caneja, pintor. "Caneja era el más rojo de todos. El rojo absoluto". Dio con sus huesos en la cárcel, claro. Cuando salió a los tres años de la trena: "Y se puso a pintar. Ya había dado un primer susto a mi hermano con una tela, anterior a su estancia en Carabanchel, que en nada se parecía a su producción anterior y en la que por primera vez había asomado los acres de los barbechos, eriales y secanos. Creo recordar que se trataba de una charca seca. En la cárcel no debió pintar mucho a fin de comprender lo que quería ver y no podía mirar; era un programa muy simple y muy vasto a la vez, como el mismo sujeto de su arte: pintar -sin ninguna concesión y con toda su prolija e infinitesimal variedad- unos campos góticos despojados de todo accidente, incluso prescindiendo de un cielo que no tendría otra función que la terminal horizontal." Estaba leyendo este capítulo dedicado a Caneja cuando mi mente se puso a funcionar -con los problemas habituales- pèro yo no conseguía identificar a este pintor. Ahora, mientras escribo esta reseña me ha venido a la cabeza cierta exposición de una enorme paisajista en el Reina Sofía de Madrid -y que pirlosky me recomendó encarecidamente no me perdiera-, hará unos cuatro años, quizás cuando regresaba de Berlín -2005, confirmado-, y compartiendo Caneja espacio museístico con la antológica de Juan Gris, casi nada. Eran unos cuadros increíbles, con cierto regusto al paisaje rural de Godofredo Ortega Muñoz, las salas estaban vacías, las de Gris a reventar.

El Madrid de Eloy.

Es éste el relato más genial de todos. En él Benet se refiere a un amigo que un día desapareció sin dar ninguna explicación. Todos pensaban que la policía había metido su cabeza en el asunto, pero de vez en vez le llegaban rumores, alguien lo había visto en no sé qué sitio u otro había oído que también había sido visto en tal lugar. Muy graciosa -me reí solo, en el frío de mi piso, con Shostakovich de fondo- es la escena en la que los estudiantes de Ingeniería de caminos van a por su carnet de identidad, desde 1950 era obligatorio sustituyendo a la antigua Cédula, y ante el interrogante de los jóvenes acerca de la naturaleza de aquel plastiquito identificativo donde figuraba la huella dactilar: "El funcionario, que comprendió que por una vez debía hacer gala tanto de buenas maneras como del dominio de una información imprescindible, respondió que no sólo se trataba de una sustancia incombustible sino que además había sido glasofonada. "¿Glasofonado?". ¿Y eso qué es? ¿Y para qué sirve? "Admite las más altas temperatura sin sufrir deterioro alguno, caballero, y si usted muere calcinado gracias a este documento será posible reconocer sus restos." "Anda la leche", replicó Blanquito que ya empezaba a cabrearse, "pues bastante me importa a mi que reconozcan mis...". Pero no pudo acabar porque, con uno de sus ideales amarillos mediado y apagado en la comisura del labio, Eloy había sacado el mechero de martillo y aplicado la llamada a un borde del carnet. Una violenta, recta, y azulada llamarada -terminada en una cola de estrellas purpúreas- arrebató el carnet de los dedos de Blanquito y lo impulsó hasta el techo del local desde donde cayeron unas pocas e impalpables cenizas que el funcionario tocado de mandil, puesto de pie, acompañó con su mirada y con esa mezcla de sentimientos -sorpresa, furor, enojo, vergüenza, oprobio, humillación, venganza, insulto, desacato- tan compleja -para quien tiene el poder- sólo se puede resolver con un único y simple gesto."

Hablando de los cinco grandes cambios del siglo XX en España Benet se refiere a las siguientes fechas: 1931,1939,1965,1975,1982 y dice: "Así pues los que nacimos antes de 1931 y en 1985 seguimos manteniendo las constantes vitales (una expresión que espero que algún versado me explique algún día qué quiere decir) hemos sido testigos de cinco grandes cambios sin que ninguno de los pacientes, a lo que yo veo, se confiese inequívocamente determinado por ellos. Más bien parece que es al revés, si se tiene en cuenta el número de los que se consideran responsables de tales sucesos, aun cuando les hayan afectado poco a sus espíritus." Je, je, esas constanes vitales, una muestra de que, más allá de las Herrumbrosas Lanzas, Benet tenía sentido del humor.
-continuará, aún no he terminado-

lunes, 7 de diciembre de 2009

El canto de las tortugas, de Javier Tomeo.


"15 de marzo. 1. Hace cinco días que vivo en este pueblo. Decidí abandonar la ciudad cuando toda aquella gente se puso de acuerdo para decir que yo era un tipo que no podía andar suelto por las calles. Les dejé con un palmo de narices y me instalé en el caserón que hace dos años heredé de un hermano de mi padre. La gente me ha recibido aquí con los brazos abiertos. Nadie sospecha todavía que puedo causarles algunos problemas." Así comienza este Canto de las tortugas del oscense y candidato al Nobel Javier Tomeo. En forma de diario, el protagonista relata su estancia en el pueblo de su tío fallecido tras salir del manicomio. Lo que no me explico es por qué le dejaron salir de allí. Este hombre anónimo -al que llamaré Tomeo- se dedica a hablar con los animales, es decir, les entrevista. Al gato Roque, a la araña Matilde, a la oveja Serafina, etc... Pero Tomeo es un poeta y realiza intentos por dar a la luz algunos versos inspirados: "Hoy ha sido otro mal día. Ni siquiera he tenido ánimos para escribir. Me he pasado toda la mañana con la frente apoyada en los cristales viendo cómo llovía. Luego, por la tarde, estuve bebiendo y recordando cosas que posiblemente no me han ocurrido nunca." Esos recuerdos inexistentes esconden uno de los grandes misterios del alma humana. Ya he manifestado en alguna ocasión mi interés por los recuerdos, el olvido, la manipulación de lo ya vivido, definitivamente, por la creación de una vida pasada sobre la que apoyarnos, y en pocas ocasiones he visto expresado este sentimiento tan certeramente como lo hace aquí Tomeo. Mi madre me dice que es infantil tener posters de actrices en las paredes del piso, es una lucha eterna que tengo con ella, yo le extractaría este pasaje para que lo leyera: "Nadie debe renunciar a sus sueños infantiles. Triste es el hombre en el que nada queda del niño que fue una vez." Aunque luego no le diría que procede de un personaje que está como una regadera. La metafísica de la creatividad, el enigma supremo de la inspiración que ya tocara Zagajewski en sus libros anteriormente reseñados en este blog también preocupan a Tomeo: "Mientras Roque maúlla ahora en la cocina, leo por segunda vez los tres poemas que compuse ayer noche. Son muy malos, ahora lo veo claro. Casi siempre me pasa lo mismo: lo que por la noche me parece bien, al día siguiente no se sostiene en pie. Puede que a los otros poetas les suceda lo mismo." Esto hace plantearme una cuestión de difícil evitación: ¿es la inspiración la que nos conduce a un texto brillante o la que hace tolerable cualquier texto mediocre y lo transforma en algo falsamente brillante? Esto para un poeta no tiene tampoco mucho drama, borra esos versos malos y se pone con otros, pero si le sucede a Spielberg, ¡adiós a unos cuantos millones de dólares! Por otro lado, ¿no le pasará siempre esto a Spielberg? Tomeo cree estar en primavera tal y como anota en su diario, pero el tiempo no mejora...: "23 de mayo. Nada especial que reseñar. El viento, la lluvia y el frío han dejado de ser noticia.

- ¿Cómo es posible -le he preguntado esta mañana a la vieja de dos dientes- que haga todavía tanto frío? ¿Cómo es posible, señora Manuela, que este año tengamos una primavera tan mala?

Esta vez la vieja no dijo ni mu.Lo más probable es que no se llame Manuela. Apenas me vio aparecer en la ventana se metió dentro de la casa y cerró la suya." Tomeo tiene serias dificultades para relacionarse con los vecinos. Juan le trae provisiones y a veces le invita a comer a su casa donde su mujer le insta a que entreviste al perro. El alcalde y su sobrino le convencen para que envíe sus entrevistas a una revista ecológica. Tomeo no es tonto, sabe que le están tomando el pelo, para ellos inventa entrevistas falsas. En el diario comienzan a aparecer fechas "raras": "32 de mayo. 3. Una advertencia: que nadie piense que he perdido un tornillo cuando lea la fecha que he puesto al día de hoy. Lo hice a propósito. Ya sé que no son posibles los treinta y dos de mayo, porque este mes, desde que lo inventaron, sólo tiene treinta y un días.

Tengo sin embargo buenas razones para recurrir a este pequeño truco, que, por otra parte, me parece bastante inocuo: necesito creer que continuamos metidos en el mes de mayo porque me asusta entrar en el mes de junio y ver cómo van pasando los días sin que la primavera se decida a regresar." Bueno, no sólo por eso pensamos que has perdido un tornillo... "39 de mayo. 2. Mediodía. Abajo los negros presentimientos. He decidido proclamar la llegada de la primavera unilateralmente. El aire huele a rosas y a jazmines recién cortados. "No se hable más", me digo, apretando los puños. Bajo a la calle a cuerpo limpio, me siento en el banco de la plaza y me arremango las mangas de la camisa. Desde el otro lado alguien me grita que voy a coger una pulmonía, pero yo hago como si no le oyese." Lo mejor para enfrentarse con la realidad no esperada es ignorar los indicios contradictorios. El sapo desaparece en extrañas circunstancias, Tomeo cree que Roque -con quien tiene sus más y sus menos por no encender la estufa y por algún que otro asunto con Cleopatra- se lo ha zampado: "Lo consigno pues en mi diario con letra de imprenta: EL SAPO HA DESAPARECIDO." Tomeo no termina de integrarse en la comunidad: "La vieja de los dos dientes está espiándome desde su ventana. No hay mucha luz, se ha hecho casi de noche, pero he visto cómo se movían los visillos. Mis relaciones con esa mujer están rotas desde que el otro día se permitió llamar asqueroso a mi sapo. Mi venganza va a ser, pues, muy sencilla: para fastidiar a esa bruja, voy a estar hurgando con la escoba en ese nido vacío." De nuevo a vueltas con la inspiración en una fecha muy señalada: "47 de mayo. 1. Hace ya muchos días que la inspiración me da la espalda. Todo lo que escribo es francamente malo, y es una suerte que sea yo mismo quien se de cuenta y no los demás, como suele ocurrir casi siempre." Yo nunca he podido leer poesía, me pone nervioso esa segmentación del texto y no me entero de nada, por otro lado, ¿qué necesidad hay de que las cosas rimen?, en fin, yo lo atribuyo a alguna carencia genética por mi parte, pero Tomeo va mucho más allá, y se queda al borde de la destrucción de la poesía: "Una vez más, pues, he vuelto a hacerme esta mañana las preguntas de siempre: ¿por qué los poetas desperdiciamos tanto papel a la izquierda y derecha de nuestros versos. ¿Y si lo mejor de un poema no estuviese en lo que nos dicen los poemas, sino en el blanco que los circunda? ¿Y si los hombres tuviesen que aprender a leer en esos espacios inmaculados?" No es ninguna tontería lo que se apunta, la elipsis en el cine de Wong Kar-wai es una de sus mayores virtudes, lo sobreentendido, lo oculto, a veces es más importante que lo que se muestra, eso explicaría que algunos poemas insoportables sean catalogados como obras maestras, por los espacios de los lados. Finalmente Tomeo tiene un altercado con la mujer del alcalde. Es invitado a su casa a que haga una entrevista al último caballo del pueblo, definitivamente se le va la pinza: "-Dígame señora -le dije levantando un poco la voz-. ¿No es acaso cierto que lo que tiene su marido entre las piernas no tiene nada que ver con lo que le cuelga a este buen animal entre las suyas? ¿Y no es también cierto que algunas noches preferiría tener a este hermoso caballo en su cama?", en una clara alusión a El Padrino de Coppola. El día 1 de enero -algunas fechas atrás Tomeo ha reconocido por fin la verdadera situación del almanaque- termina este diario: "Lo peor de todo es este frío, que no se acaba nunca"


viernes, 4 de diciembre de 2009

La conciencia de Zeno, de Italo Svevo.


Descubrí a este autor, Italo Svevo, leyendo Microcosmos del también triestino -Trieste, tierra de nadie- Claudio Magris. En él se refería Magris a Svevo como un escritor melancólico. Me hice con su obra más laureada, esta La conciencia de Zeno. Zeno es un burgués de principios de siglo XX que acude a un psicoanalista quien le invita a escribir la crónica de su vida para desentrañar los orígenes de su enfermedad. Zeno corteja a Ada, una de las tres hermanas de su mentor en los negocios. Zeno será rechazado por Ada, en la misma noche Zeno será rechazado también por la hermana más joven de Ada, Alberta, para finalmente pedirle matrimonio a la más fea, Augusta. Es la historia de un perdedor amoroso que necesita casarse a toda costa para no resultar humillado. Esa condición le acompañará toda su vida. Intentará dejar de fumar y escribirá en su diario cientos de veces "el último cigarrillo". Contra todo pronóstico su matrimonio será casi un éxito, aunque él no renunciará a tener amante, y la encuentra en una jovencísima cantante y pianista -canta horrible- a la que cortejará y subvencionará sin saber muy bien por qué. Zeno es así mismo un hipocondríaco, preocupado por conseguir una enfermedad, por padecer algo, finalmente unos extraños dolores le aquejarán para no dejarle el resto de su vida: "Tullio volvió a hablar de su enfermedad, que era también su distracción principal. Había estudiado la anatomía de la pierna y el pie. Me contó riendo que cuando se camino con paso rápido, el tiempo en que se da un paso no supera el medio segundo y que en ese medio segundo se mueven nada menos que cincuenta y cuatro músculos. Aquello me asombró y al instante pensé en mis piernas y busqué en ellas esa máquina monstruosa. Creo que dí con ella. Como es natural no encontré cincuenta y cuatro artefactos, sino una complicación enorme, que se desordenó en cuanto fijé mi atención en ella.
Salí de aquel café cojeando y seguí cojeando durante unos días." La preocupación de Zeno es reconducida una y otra vez a través del que dirá la gente, consiguiendo en ocasiones rocambolescas paradojas, lo que los demás ven en nosotros, lo que queremos que vean, lo que nosotros mismos vemos, advertimos cierto ánimo existencialista pre-sartriano: "Mi propio suegro, el astuto Giovanni, se dejó engañar, y hasta que murió, cuando quería poner un ejemplo de gran pasión amorosa, citaba la mía por su hija, es decir, por Augusta. Sonreía dichoso, como buen padre que era, pero al mismo tiempo aumentaba su desprecio hacia mí, porque, según él, el que ponía su destino en manos de una mujer y, sobre todo, no advertía que en este mundo hay también otras mujeres no era un hombre de verdad. En eso se ve que no siempre me juzgaron con justicia." A mi me pasa, tan pronto pienso en Jessica Alba como la muejr más hermosa del planeta, cuando mi atención se desvía ora hacia Evangeline Lilly ora hacia ¡Megan Fox! Zeno está continuamente justificando sus infidelidades: "¿Por qué habría de provocarme remordimiento mi deseo, cuando parecía haber llegado a tiempo precisamente para salvarme del tedio que en aquella época me amenazaba? No perjudicaba en absoluto a mis relaciones con Augusta, sino todo lo contrario. Yo ahora le decía no solo palabras de afecto que siempre le había dirigido, sino también las que en mi ánimo iban formándose hacia la otra." Lo terrible es que lleva razón, ¿es lícito alimentar una relación a través de terceras personas? pregúntenle a las interesadas. " Como buen hombre de negocios que era -Copler-, llevaba un registro de todo, y yo pensé que aquel libro era su viático y que, de estar en su caso, condenado a una vida breve y carente de familia como él , yo lo habría enriquecido consumiendo mi capital, pero él era el sano imaginario y sólo tocaba los intereses que le correspondían, por no poder resignarse a admitir que el futuro era breve." Se reúnen aquí la enfermedad, la esperanza absurda por la vida, y ¡el registro de todo lo que uno hace! Esto es fundamental, hay que anotar cualquier circunstancia que nos relaciona con el mundo, de lo contrario, ¿quién se acordará de nuestro pasos? Ni nosotros mismos. El devaneo de sus pensamientos, la oportunidad de nuestros actos a veces sólo encuentran sentido desde la casualidad. A esto le unimos un destello de humor negro que bordea la frontera de la crueldad, pero que sin embargo está perfectamente encauzado en lo que es el sentimiento y la razón humanos: "Habría sido el momento de encontrar un pretexto para rogar a la muchacha (Clara) que no contara a Copler mi visita, pero no lo hice, por no saber como disimular mi petición, y fue una suerte, , porque pocos días después mi pobre amigo enfermó y al poco murió." ¿Fue una suerte que muriera el amigo o que no llevara a cabo esa petición? Es una aberración este razonamiento, cualquiera lo hubiera hecho aunque nadie lo habría expresado, por supuesto. Nadie entiende a las mujeres, ni ellas mismas se entienden, pero esto habría que extrapolarlo al ser humano en general, porque ¿quién se entiende a uno mismo cuando ni nos ponemos de acuerdo en cual es nuestra actriz preferida del cine clásico, Grace Kelly o Ava Gardner?: "Para los hombres era difícil entender lo que las mujeres querían también porque a veces ellas mismas lo ignoraban." El surrealismo de Svevo nace de la cotidianidad, de lo realizable, de la realidad, en definitiva, a veces no sabemos ni porqué queremos algo, el ego nos empuja a reivindicar que alguien nos pida opinión, ¡sin saber cuál es esta!: "Como antiguo frecuentador de la Bolsa, mi opinión, aun junto a la del abogado, habría podido contar lo suyo, pero ni siquiera recordé mi opinión, en caso de que la tuviera." Finalmente Zeno volverá al psicoanalista quien le diagnosticará mal de Edipo: "Era auténtica ceguera: me había enterado de haber deseado quitar la esposa a mi padre, ¿y no me sentía curado? Inaudita obstinación la mía: pero el doctor reconocía que estaría aún más curado cuando hubiera acabado mi reeducación, después de la cual me acostumbraría a considerar aquellas cosas (el deseo de matar al padre y de besar a la madre) de lo más inocentes, cosas por las que no había que sufrir remordimiento, porque ocurrían con frecuencia en las mejores familias." Llega la guerra, su familia desaparece, emprende nuevos negocios, una gran bomba estallará en la Tierra.

viernes, 13 de noviembre de 2009

En defensa del fervor, de Adam Zagajewski


Obrona Zarliwosci. Traducción de J. Slawomirsky y A. Rubio.




Llega a este blog otra recopilación de pequeños ensayos obra del polaco Adam Zagajewski, en esta ocasión con la poesía -y su implicación en el mundo- y el fervor creativo como temas centrales. En defensa del fervor se habla del ensayo de Ludwig Curtius titulado Encuentro junto al Apolo de Belvedere, también de las dos personalidades contrapuestas de Settembrini y Naphta en La montaña mágica de Mann, y de La tierra de Ulro, del poeta polaco Czeslaw Milosz -y que reaparecerá en el libro en más de una ocasión. El siguiente ensayo es El estilo sublime donde se lee: "El sentido del humor está relacionado con la conciencia de que no somos capaces de ordenar del todo el mundo, porque el estilo elevado se caracteriza por su ambición de ordenar al máximo la realidad". En él ya menciona Zagajewski la visita a su instituto de un poeta llamado Herbert y que será merecedor de la atención de uno de los ensayos más hermosos del tomo. La segunda parte del libro se abre con Nietzsche en Cracovia. La iniciación en la lectura de Nietzsche, la relación de su obra con el nazismo, la influencia de este autor en los escritores posteriores, la incatalogabilidad de su estilo son temas que alumbran en este brillante texto del polaco ("Nietzsche quiso poner nombre a lo desconocido"). En Insistencia y brillantez asistimos a un homenaje a la figura del poeta y pintor polaco Czapski. Su estilo (cercano a Bonnard y Matisse), su filosofía artística ("¿Sabes?, un bodegón puede hacerse incluso en un día malo, cuando nada sale bien"), su relación con la filósofa Simone Weill, su divagar por ciudades europeas, su postura humilde ante el conocimiento, nos presentan a un artista prácticamente desconocido para nosotros. En inicio y remembranza Zagajewski se ocupa de Zibgniew Herbert: "Oímos en Herbert la ironía y el humor, no le falta la serenitas humanista que tan pocas veces orna la obras literarias contemporáneas, pero también suenan en él la desesperación y el duelo." En La poesía y la duda se habla de Cioran y su controvertida figura: "Cioran irrita con sus obsesiones y con su fuerte convicción, que hace pública más de una vez, de que sólo las obsesiones son la gran fuente de la literatura". Volvemos al mundo de los "diaristas" como ya hiciera Zagajewski en Dos ciudades con la publicación póstuma de unos textos de Cioran: "El diario de Cioran es fundamentalmente un tributo al servicio de la Duda". En Adios a las vacaciones Zagajewski hace una divertida -pero a la vez profunda- reflexión a cerca de los viajes vacacionales. El miedo a parecer un turista, la conveniencia del viaje en soledad o acompañado, la asistencia a museos y sitios típicos frente a lugares oscuros y no frecuentados... "A los que leemos demasiado los viajes nos recuerdan que fuera de la biblioteca se extienden los campos fértiles de la realidad". Pero a lo mejor quien no lee con tanta frecuencia resulta incapaz de disfrutar de esos paseos al aire libre, de esa contemplación activa de las obras de arte, ni de esos momentos difíciles e incómodos que se presentan en cada desplazamiento y que terminan por convertirse en meras anécdotas que contar a los demás entre bromas. En un tono parecido en ¿Deben visitarse los lugares sagrados? Zagajewski revive una visita a su natal Lvov -hoy Ucrania-, para terminar de convencerse de que hizo bien en ir a ese lugar aún a costa de desmitificar el sitio en su memoria. Las fotos de Bogdan Konopka son las protagonistas de París en tonos grises. Y por último la parte quinta del libro se cierra con Escribir en polaco donde se realiza una defensa sobre la idoneidad de escribir en la lengua materna, esa lengua entre el ruso de Tolstoi y el alemán de Goethe. Estamos pues ante un nuevo y fascinante libro de ensayos -a veces de difícil lectura, pero con momentos divertidos, dramáticos, emocionantes, como si de una novela de la historia de la cultura de este siglo se tratara- del poeta y ensayista Zagajewski. La responsabilidad del artista para con su tiempo, la existencia o no de esa iluminación creativa que se corresponde con el concepto inspiración -y de la cual es partidiario Zagajewski-, la soledad del creador, la obra de arte frente al mundo después del holocausto, un tema del que ya hablara Adorno -la pintura es sólo pintura, la poesía es sólo poesía-, la vulgaridad del artista mediocre, la necesidad de esa propia creación vulgar,... son cuestiones que despiertan más interrogantes que respuestas pero que se antojan absolutamente necesarias de encarar para el desarrollo de la cultura y de la propia identidad del ser humano. Todo ello a través de las miradas de unos intelectuales polacos como Herbert o Aleksander Wat que están siendo publicados en España por la valiente editorial Acantilado. Sólo una pregunta extraña, ¿por qué Zagajwski no menciona en ningún momento de sus dos libros de ensayos a Stanislaw Lem, una de las figuras más importantes de la cultura polaca y que además nació en Lvov como el propio Zagajewski? ¿Por su obra desligada de la política? ¿por su falta de implicación en la lucha contra el totalitarismo soviético, por su condición de socialista? Hay que recordar obras de Lem tan impactantes como las memorias Castillo Alto o su primeriza novela El hospital de la transfiguración, ambientadas en la preguerra y en la ocupación nazi respctivamente y alejadas del género de ciencia ficción que le hizo tan popular. No sé qué ha llevado a Zagajewski a ignorar de esta forma a Lem, me gustaría preguntárselo. Ahora me queda leer algo de su obra poética, para eso es, ante todo, un poeta.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Dos ciudades, de Adam Zagajewski


Dwa Miasta. Traducción de Jerzy Slawormisky y Anna Rubió.


Estoy realmente impactado por esta valiosa obra del poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski. En este volumen reúne el autor nacido en 1945 varios relatos de los cuales Dos ciudades es el primero y más largo. Estas dos ciudades son Lvov, donde nació Zagajewski, y Gliwice, adonde se trasladó su familia cuando éste contaba 4 meses de edad. Estamos ante una especie de memorias, a ratos reflexiones, a ratos ensayos sobre literatura, y sobre todo acerca del ser humano bajo la represión del totalitarismo. En Dos ciudades Zagajewski narra el conflicto inerno de todos aquellos ciudadanos burgueses que tuvieron que emigrar hasta la fea e industrial Gliwice, su propia infancia y cómo un totalitarismo -el nazi- se veía sustituido por otro -el soviético. Zagajewski nos habla de su abuelo, de la pérdida de memoria de quienes paseaban por Gliwice creyendo estar aún en Lvov, de lo que le gustaba sin embargo a él pasear por Gliwice siendo consciente de estar en Gliwice y de cómo se sentía incluso culpable por ello, de su trabajo como monaguillo ("Los monaguillos eran nihilistas. Les importaba un bledo la fe y la metafísica, no les interesaba ni Jesucristo ni Judas. Lo único que contaba era el manejo diestro del pebetero y de la batería de campanillas, la ejecución impecable de la coreografía y la capacidad de adoptar un semblante serio y recogido en cuanto el séquito encabezado por el cura abandonase la jubilosa sacristía".) También habla Zagajewski de su tiempo en la escuela, de los discos de música clásica salvados de un incendio por un amigo, de su afición por el jazz y del carácter perenne de las improvisaciones de Charlie Parker, de los tres tipos de personas que existen, y de su despertar creativo ("poco a poco empecé a darme cuenta del precio que hay que pagar por los breves momentos de iluminación: duda, tinieblas y desespero"). Del portero del equipo de fútbol de su ciudad, que engordaba cada vez más, y de un quinteto para cuerda de Mozart ("El rococó y el sufrimiento. El rococó y la muerte"). En Archivos abiertos. Instrucciones para la policía secreta se nos presenta un hipotético (¿o real?) folleto para instruir a los espías del régimen escrito por un sagaz, filosófico y profundamente perturbado "anónimo" ("Entendí que el mundo estaba partido en dos, dividido, que es a un tiempo magnífico y trivial, pesado y volátil, heroico y cobarde"), en lo que para mi constituye uno de los grandes relatos breves de la historia de la literatura, de una inteligencia y profundidad sin igual, y esto lo digo sin poder constatar si el documento es real o ficticio, me da igual: "Después pensé que bien podían haber habido dos hermanos Schopenhauer que, en un arrebato de socarronería, hubieran llevado sus manuscritos al mismo taller de encuadernación. Dos hermanos: uno, un soñador adocenado y un apologista de la hipocresía de los que llenan a rebosar los manuales de historia de la filosofía; el otro, un pensador genial y cínico, alguien capaz de sacar a la luz y descifrar el sentido de la hipócrita comedia cotidiana, espectáculo que saboreamos a placer en cualquier lugar, en los despachos, por la calle, y nuestros hogares y hasta en el espejo". En Traición un poeta se defiende de la acusación de colaborar con el régimen en un alegato brillante acerca de la responsabilidad del artista para con su entorno y del que se sirve Zagajewski para profundizar en el misterio de la creación: "Algunas veces era capaz de captar lo casi invisible, lo apenas esbozado con un trazo ligero y desenvuelto, mientras que otras me convertía en un ciego, no veía y no comprendía nada, permanecía insensible a las exhortaciones de la realidad y me distanciaba a muchos años luz de aquella otra esfera." En Una nación pequeña escribe una carta a Dios leemos momentos brillantes y estremecedores: "Escribid vuestras memorias, les aconsejan los listos de sus amigos. Pero ¡cómo puede uno escribir sus memorias, si aquellos es imposible de contar! Si le arrebataste a alguien el plato a empellones y gracias a esto sobreviviste a un invierno, ¿puedes contarlo ¿Puedes recordarlo? Deportaron a nuestra nación y regresó una mirada." En Tormenta primaveral un escritor se pierde en las calles de París adonde ha acudido para dar una conferencia, y contiene algunos pasajes que te dejan helado:"No voy a preguntar qué es la música, qué son aquellos instantes de felicidad y de amargura que nos ofrece -¿nos roba?- qué es esa sensación de vacío que experimentamos al no ser capaces de absorberla." En Dos libros nos adentramos en la vida y obra de Zbigniew Herbert ("Herbert acepta la historia con su doble naturaleza, la arquitectura y el dolor"), y en Un esencialista en París en la de Ernst Jünger a través de una sutil oposición con el existencialista Sartre: "la obra de Jünger está saturada de una frialdad misteriosa, de una parquedad enigmática, como si los campos de observación predilectos del escritor -la botánica, la mineralogía, la entomología- contaminaran toda su literatura con un silencio propio de la naturaleza inanimada y de nuestros primos hermanos mayores aunque más pobres: los insectos". Drohobycz y el mundo se ocupa de la figura de Bruno Schulz, muerto durante la guerra por un tiro nazi, y nos descubre a un autor fascinante al que habrá que tener en cuenta en las próximas visitas a la librería: "Mayoritariamente las cartas de Schulz plantean el clásico tema de la lucha por mantener la tensión de la vida interior, una vida amenazada a todas horas por circunstancias externas triviales y por la melancolía." En una lectura para los días malos conocemos al mediocre autor francés Paul Leautaud, sus diarios "repelentes", y de cómo la mediocridad -y en la forma más honesta, la del diario- a veces está más cerca del acto complativo y metafísico del acto literario que la propia genialidad, casi siempre envilecida por la vanidad y las expectativas que de ella se derivan: "El encanto indudable de la obra de Leautaud radica en la rivalidad y el vaivén de dos principios oo elementos: el amateur y el profesional". No quiero reventar más el libro pues éste esconde muchos más tesoros de los aquí esbozados. Un libro para perderse en él y no sobrevivirlo, uno de los grandes escritores vivos. Publicado por Acantilado en 2006 al igual que otras obras del autor, como En defensa del fervor que espero leer próximamente.

sábado, 31 de octubre de 2009

El diluvio, de Jean-Marie Gustave Le Clézio


Le déluge. Traducción del francés de Jaume Pomar.



Le Clézio escribió esta extraña -a ratos saturada- novela (metafísica) en 1966. "Al principio hubo nubes y nubes, pesadas y negras, expulsadas por algunos vientos, detenidas en el horizonte por un cinturón de montañas.", comienza el libro. Básicamente las primeras 50 páginas describen un hipotético -o metafórico, o apocalíptico, o hipnótico, o todo eso- diluvio universal. Dios, ¿de qué trata esto? no tengo ni idea, pero es muy poético, Le Clézio es un mago de las palabras, si bien el traductor -o el copista o quien sea- comete deslices ortográficos como "la doceaba ventana" -página 12- o también "El lenguaje ha vuelto ha empezar su ballet demente" -página 297- ( y tan demente) o el uso indebido del pretérito indefinido del verbo andar en multitud de ocasiones ("Andó") y la incorrecta utilización de la forma "habían" continuamente. La verdad es que todos estos disparates amén de sorprendentes -por tratarse de Seix Barral, una editorial gigantesca- redundan en el desconcierto que impregna la historia y el carácter onírico y fabulador del texto, lo cual no sé si está buscado -a la par que una tipografía que recuerda a las máquinas de escribir antiguas junto a devaneos en la impresión, con ausencia de parte de algunas letras, cuando no de letras enteras, ¿es que han editado el libro a la prisa y corriendo? a nadie sorprende habida cuenta de la demanda que de Le Clézio se ha despertado desde su Nobel-. "Un día, el 25 de enero, a las 15.30 h., sin razón aparente, se puso en movimiento (..) apareció una muchacha en velomotor. Bordeó la calle mientras duró el ruido." Este insignificante acontecimiento dinamitó toda la soledad y toda la miseria del protagonista de la historia, Francois Besson, un héroe heredado de los enormes paseos walserianos, o de las enigmáticas disquisiciones sartrianas. Esa aparición puede revelar el descubrimiento del amor, o bien su negación, y cómo todo lo demás queda diluido hasta formas incalificables, desmesuradas en su inercia y en su falta de sentido -acentuando la indiferencia del protagonista por todo lo que le rodea, lo que, paradójicamente le invita a una contemplación excesiva, hasta lo deforme, de todo aquello cuanto percibe dentro de la cotidianeidad-. En el capítulo primero se empieza a contar más en serio la historia de Besson -si eso es posible- y la de su amiga Anna -nada que ver con la Anna de La náusea, ¿o sí?. Es la historia de un suicidio -el de Anna-, del deambular de Besson -por la ciudad, verdadero paisaje de cemento, hierros y colores-, de su lío con la pelirroja -a la cual abandona-, de su vida de ermitaño -se pone a vagabundear cual personaje de Paul Auster en Central Park-, del asesinato de un desconocido -una sombra confundida en la oscuridad que le acecha con desconocidas intenciones-, de su ceguera provocada -una mirada directa al sol que le deslumbra espiritual y fisiológicamente-, de un conjunto de situaciones desquiciantes hiladas por una narración descriptiva que lleva al límite la paciencia del lector, estableciendo paralelismos y símiles de cadencia ilógica. Un terrible cuento escrito en la niñez -El capitán y Oradi gritaron uno de estos gritos: glu, glu, que quería decir: Gle, corri...-, una conversación con el vendedor de periódicos ciego -en el fondo lo que más lamento es no poder ver la tele-, otra con el hijo de la pelirroja -por la noche mientras duermo veo muchas cosas: lobos, bosques donde hay muchos lobos. Y también los indios-, dos cartas habladas en una cinta magnetofónica -Uno vive en un desierto, eso es todo-, la obsesión por la muerte -Están muertos, lo sé, no hay duda de ello; está muertos porque todo lo que me es exterior está muerto; halos a modo de sudarios envuelven sus siluetas en el paisaje-, cierta actitud nihilista envidiable -El tiempo pasaba en esta evidencia; podía estarse años así, sin hacer nada. Sin tener nunca nada que hacer- y un fascinante fresco multicolor de sensaciones, luces, pensamientos, efímeras imágenes urbanas, distancias, recreaciones, misterios,... que convergen en la figura de Besson, una de las personalidades más abstractas y caóticas de la historia de la literatura. Una obra de difícil lectura, con altas dosis de virtuosismo literario, y que puede deparar momentos inolvidables -si uno no pierde la cabeza mientras tanto.

domingo, 25 de octubre de 2009

La historia comienza, de Amos Oz


The story begins. Essays on literature. Traducción de María Condor.


Ya desde la Introducción el escritor israelí nos llama la atención acerca de la importancia del comienzo de una novela, del "contrato" que se le presenta al lector desde el inicio de la obra. "Pero qué es, en última instancia, un comienzo? ¿Puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato? ¿No hay siempre, sin excepción, un latente comienzo antes del comienzo?". Partiendo de esta base, Oz realiza unos interesantes ensayos breves sobre algunas obras clásicas -algunas desconocidas para el gran público occidental- que nos descubren verdades sobre el hábito de la lectura y la comprensión de los textos, en lo que termina siendo un alegato en favor de la lectura lenta y, en definitiva, en favor del placer de leer. Así tenemos un desternillante estudio sobre la surrealista La nariz, de Gogol, titulado Con aire de importancia muy respetable: "Que el dios de los insensatos nos guarde de dar un significado simbólico a la nariz, como algunos críticos han tratado de hacer: la nariz que se levanta y se va a pasear por la ciudad con el atuendo de un consejero diplomático no es una parábola de la sociedad de la Rusia zarista ni representa la condición humana. Es simplemente una nariz". Excepcional y estimulante resulta la lectura de Una madera en el torrente, sobre el comienzo de Un médico rural, de Kafka:"(...) el inicio del relato es una defensa sólida e irreprochable (....) Lo que al principio de la narración parece un esfuerzo por resolver un problema de transporte resulta ser un asunto cargado de vergüenza y culpabilidad". De la mano de Oz sufrimos la trastada que le hacen al médico, alguien dio a la campanilla para avisarle de un enfermo en plena noche tormentosa. Oz disecciona cada paso dado por el médico, quien parece estar ante un tribunal: "El contrato inicial es sólo el objeto del verdadero conflicto, el conflicto interno". Terribles pérdidas ha llamado Oz a su ensayo sobre el comienzo de El violín de Rothschild, de Chejov: "Aquí y en otros relatos, Chejov establece un equilibrio preciso, como en la balanza de un químico, entre lo ridículo y lo desgarrador". Advierte el israelí de los presupuestos engañosos inicales, y de cómo el violín ni es de Rothschild ni éste es violinista ni es el personaje principal del relato, aunque el violín acaba en manos de él. Además, hay más engaños en el contrato inicial: "porque el narrador adopta deliberadamente el punto de vista del viejo fabricante de ataúdes, así como su lenguaje y sus términos de referencia". En el seno materno, sobre varios comienzos de La historia: una novela, de Elsa Morante es el ensayo más largo del volumen. En él Oz radiografía la escena de la violación de Ida por parte del soldado Gunther como si fuera una interpretación psicológica más que literaria -aludiendo a un malentendido entre ambos el desarrollo de la perfidia-, creando posiblemente un nuevo y brillante relato a partir de la -aparentemente mediocre- novela de Morante: "Este espejismo de sonrisa, esta sonrisa sin sonrisa, basta para hacer pasar al exhausto Gunther de la brutalidad a la familiar arrogancia masculina". Y es que este libro de Oz lo que hace es recrear, añadir simbolismos -que permanecen ocultos en la obra original-, como si de un crítico de arte se tratara frente a una obra maestra de la pintura, de forma que leer estos comentarios son, en lugar de redundantes, una fuente primigenia de creación literaria, es decir, uno no necesita conocer las obras comentadas (En la flor de la vida, de Agnón, Effie Briest, de Fontane, Mikdamot, de Yizhar...) para paladear estas páginas como si un exquisito fruto novelesco se hubiera colado en nuestra biblioteca. También cuando uno ha leído la novela en cuestión, caso de El otoño del patriarca, de García Márquez y el ensayo de Oz Cómo era posible que una vaca llegara a un balcón, cierto estupor recorre nuestro intelecto, y nos preguntamos ¿es que no me enterado de nada de lo que he leído en los últimos veinte años? ("Es probable que el lector que se aproxime a esta novela armado de escoplos descodificadores pase por alto lo que hallará el lector que se aproxime a ella con carcajadas desenfrenadas, y viceversa.") Uno de los descubrimientos de este librito de apenas 140 páginas de Amos Oz -entre muchos otros, en realidad el ibro es todo él un descubrimiento tras otro-, es el relato de Raymond Carver, Nadie decía nada, que Oz analiza en Quita eso de ahí antes de que me haga vomitar. Estamos ante un relato de adolescente en el que cada escena narrada se presupone cotidiana, insustancial, y que sin embargo encierra un visión, tan profunda como ausente en emisión de sentimientos por parte del protagonista, de la incomunicación familiar ("Superficialmente lo que tenemos aquí no es más que una acumulación documental de materiales de la vida real"). El niño trae algo del río -supuestamente un enorme pez, o al menos su cabeza- e intenta llamar la atención de sus padres que están siempre a la greña ("Oh, Santo dios! ¿Qué es eso? ¡Una serpiente! ¿Qué es? Por favor, por favor, quita eso de ahí antes de que me haga vomitar", le suplica la madre). Según Oz: "Éste es el punto enigmático que existe en muchos de los relatos de Carver, el punto en el cual se invita al lector al volver al principio de la historia y elegir: si quiere o no creer en el pez". En resumen, un maravilloso libro de unas de las mentes más lúcidas del panorama literario actual -¿para cuándo el Nobel?-, y que hará las delicias de todo amante a la lectura.

lunes, 19 de octubre de 2009

Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patino


En 1965, Basilio Martín Patino dirigió esta obra maestra del cine español. Decubrí esta película leyendo el libro de José María Caparrós Historia del cine europeo. Después de verla quedé consternado por su calidad. Cuenta la historia de un estudiante de Derecho -un jovencísimo Emilio Gutiérrez Caba-, que acaba de volver a su ciudad -esplendorosa Salamanca en todos los planos- tras una temporada en el Reino Unido donde ha conocido a la hija de un exiliado intelectual y de la cual se ha enamorado. Lorenzo lee en off las nueve cartas que le manda a su amada mientras se deja llevar por la inercia de su afianzada existencia -sus amigos, sus estudios, su novia...-. Cada carta lleva un título (La noche, Tiempo de silencio...), y están presentadas por un dibujo de corte medieval. La peli muestra el desencanto, la angustia vital -tal como dice el tío de Lorenzo, el fabuloso boticario de la plaza mayor-, la inseguridad sobre el destino, y finalmente, la claudicación ante la imposibilidad de llevar a cabo los propios sueños. Técnicamente estamos ante una película en blanco y negro con excepcional fotografía de Luis Enrique Torán y con algunos recursos técnicos que recuerdan a a la nouvelle vague francesa, y más concretamente a Godard y su Al final de la escapada, tales como imagen congelada al final de una secuencia y en otro orden la utilización de fotografías como planos intercalados -si bien estas fotografías supuestamente las toma el protagonista para enviarlas a Berta-. Resaltar la extraordinaria belleza de Elsa Baeza -en el papel de la novia oficial de Lorenzo-, cuyo equivalente en la nouvelle vague podría ser la musa de Godard, Anna Karina, pues ambas poseen la misma belleza gélida e inalcanzable. Ahora estoy leyendo un ensayo de Cerralto sobre el cine de Víctor Erice y tengo que decir que he constatado algunas similitudes entre las dos películas. Sin embargo Cerralto no menciona en su análisis de la peli de Erice, de 1973, estas Nueve cartas a Berta como una posible inspiración. En primer lugar la fotografía, que recuerda a algunos cuadros de Vermeer e incluso de Zurbarán, dos claras y reconocidas influencias de Erice; luego el uso técnico de la imagen congelada - en algún plano de El espíritu, como cuando Isabel salta sobre las llamas en la noche de San Juan, y también en su primeriza obra, el tercer capítulo de la obra colectiva Los desafíos-, y del intercalado de las fotografías -también en Los desafíos, y no de un modo tan claro en El espíritu, donde simplemente Ana ojea el albúm de fotos de sus padres-. También veo en el dicurso narrativo semejanzas como la voz en off que lee las cartas -Lorenzo en Nueve cartas y Teresa a su antiguo amor, Job parece leerse en el sobre que arde con destino a Nice, en El espíritu-. Estas cartas también sirven para ilustrar el desconsuelo y la desesperanza de ambos -que ven casi imposible la reunión con el ser amado, expulsados ambos por el franquismo, lejos de sus vidas-, y finalmente, el cese de las mismas para concretar la resignación y el abandono de esa persecución de lo deseado -Lorenzo deja de escribir y se arroja a los brazos de su novia y Teresa tira al fuego la última carta escrita-. Dos acontecimientos desembocan en esta decisión, en el caso de Lorenzo un viaje a casa de unos familiares a un pueblo y en el caso de Teresa, la pérdida de su hija Ana que se extravía en el campo. Al final voy a hablar más de El espíritu que de las Cartas, pero es que ambas obras relatan más o menos lo mismo -al menos en una parte importante de El espíritu, al margen de la experiencia personal de Ana -Torrent-, la gran protagonista de la película de Erice, es decir, la destrucción de las vidas a causa del franquismo, el exilio de los no simpatizantes con el Régimen, el drama existencial de quien no encuentra su camino, además de las herramientas usadas en las dos pelis, más simbolista y poético en el caso de Erice, más propio de la nouvelle vague y con mayor discurso verbal en el caso de Patino. En Nueve cartas existen multitud de detalles escénicos, tales como el cartel de la película documental de Buñuel Tierra sin pan, o el del partido de fútbol entre la U.D. Salamanca y el Real Madrid. Otro punto confluyente es la llegada del cine a los pueblos. En El espíritu es el motor de la película así como la clave del despertar de Ana, y en Nueve cartas la colaboración de Lorenzo con sus amigos para llevar el cine al pueblo de su prima, quien convocará también a escondidas a su novia para intentar que Lorenzo no siga pensando en su amor lejano. Este motivo lo retomará cuarenta años después Zhang Yimou en su maravilloso corto para la peli colectiva A cada uno su cine, y también Tornatore en los noventa para su El hombre de las estrellas. Buscando más analogías encontramos esos dibujos casi infantiles de guerreros medievales, torreones, castillos, que quizás representen a la ciudad salmantina y que encabezan cada carta a Berta, y en El espíritu los dibujos hechos por las niñas protagonistas que abarcan todos los objetos cinematográficos empleados en el desarrollo de la trama (el reloj, la peli de Frankenstein, el tren,...). Por todo ello me sorprende que Cerralto no nombre a Nueve cartas a Berta como una fuente de inspiración clara para Erice, al menos en esta El espíritu de la colmena. La música es otro elemento en común de ambos filmes ya que cuentan como autores a dos grandes compositores del panorama contemporáneo español. Carmelo Bernaola firma la enigmática y cerebral partitura para clave en Nueve cartas a Berta -y que recuerda al Falla del concierto para clave-, mientras que es el vasco Luis de Pablo el compositor de esa música para flauta y guitarra tan misteriosa y hermosa en El espíritu de la colmena -con las mágicas variaciones de la canción popular Vamos a contar mentiras-. Por último comentar la forma de crónica que adopta en determinados momentos la peli de Patino con planos de los carteles de los distintos comercios, con nombres tan sofisticados como París y otras ciudades europeas. Me llamó mucho la atención cuando Lorenzo va a Madrid y visita en la calle Alfonso XII el portal donde anteriormente vivían los padres de Berta, pues hace unas semanas yo pasaba precisamente por aquel lugar y no pude evitar sacar unas fotos de algunas fachadas antiguas. También las dos pelis tuvieron que salvar a la censura. Comenta Patino en el libro de Caparrós cómo al escribir el guión desconocía exactametne si algunos pasajes pasarían o no el corte de la censura. Esta circunstancia resaltan el valor de la película, su atrevimiento tanto estético como narrativo queda doblemente realzado por los condicionantes del creador en pleno Régimen autoritario. Desde aquí no me queda más que reivindicar esta gran película, Concha de Plata en San Sebastián en 1966, y animar a todo amante del buen cine a disfrutarla. Yo lo hice y además, me enamoré irreversiblemente de Elsa Baeza.

Aquí un extracto de la peli:
(se pueden ver más en youtube)
Aquí la ficha técnica y la sinopsis:

martes, 13 de octubre de 2009

Cementerio de las naranjas amargas, de Josef Winkler (II)

La idea de suicidio está muy presente en el libro: "Todo lo que veía en sus, así llamados, paseos, lo consideraba sólo desde el punto de vista de la utilidad para su suicidio. Los balcones y, sobre todo, los edificios altos de Klagenfurt sólo servían para precipitarse desde ellos, las agudas verjas de jardín para empalarse, los coches y camiones para ser atropellado, los carriles de tren para poner encima la cabeza en el momento oportuno, las cuerdas de campana para balancearse colgado de ellas, mientras el badajo golpeaba el metal doblando." O también en la soledad de su habitación de Roma: Todo el tiempo yo miraba el techo blanco, pensando en cómo podría quitarme la vida". La relación con su hospedadora, Mrs. Fanshawe, tiene momentos delirantes y de gran brillantez. A veces es como si Winkler necesitara una vía de escape ante el ocaso mental que sufre: "Cuando durante un paseo nocturno por el Tíber, se me colgó del brazo, me solté, hablando con grandes gestos, y ella volvió a colgarse de mi brazo una y otra vez, me hubiera gustado coger del asfalto las húmedas hojas de castaño con olor a podrido y refregárselas por la cara. Finalmente me solté de su presa con una amenaza. ¡Estoy pensando en tirarme al Tíber!". La señorita Fanshawe ve en Josef alguien a quien cuidar. Obviamente le reprueba su inmoral conducta con los jovencitos de la Piazza dei Cinquecento, pero esto no es obstáculo para que se despierte en ella cierto instinto maternal. ¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer ante la pederastia del narrador? ¿Es ficción o es la realidad de Winkler? De cualquier forma el narrador pretende justificar desde su atormentado pasado su desviación moral. El párroco de su pueblo natal se convierte en uno de los personajes de sus episodios pasados: "Franz Reinthaler, el sacerdote que movía el incensario, repitió sus palabras: ¡Josef, aprieta el cadáver contra el pecho de Jakob!". Vamos a ver, el tema del libro es la muerte, eso está claro, pero la muerte vista desde el horror: "Dibujo con mis palabras una jaula en torno al horror, hasta que llega el siguiente horror y quiera despedazarme. Antes de que pueda lanzarse a mi garganta para darme un mordisco mortal, le arrojo la red de mi lenguaje." Y es ese lenguaje metódicamente poético que transgrede la frontera entre lo humano y lo grotesco el que maneja Winkler con gran habilidad. Hay que encontrar en su infancia la causa del "desalojo" mental que sufre Winkler y que le lleva a escribir tanto disparate. En su pueblo no se lo perdonan: "Me bajé, llevé el vehículo sobre otro cable que tenía ante mis pies y vi cómo aparecía al fondo el padre de Jakob, que me sigue odiando porque he vuelto a escribir sobre su hijo ahorcado y nunca dejaré de hacerlo". Vuelvo a las relaciones con su casera que conforman la parte más "divertida" del libro, y es un soplo de aire fresco entre tanto dolor, aún así la muerte -caricaturizada- es la protagonista: "Mrs. Fanshaw me contó recientemente, en el Instituto Austríaco de Cultura, durante una fiesta con motivo de una representación del Todo el mundo de Hugo von Hofmannsthal, un invitado romano de cierta edad había muerto. La mayoría de los invitados supuso que el hombre se había desmayado. El muerto fue colocado por los enfermeros sobre una bata blanca de médico y sacado del salón. Como fue evacuado tan rápidamente como se pudo, el incidente apenas fue advertido por casi los trescientos invitados. Unos días más tarde, un periódico italiano informó, aludiendo a Todo el mundo, que la Parca se había llevado a casa a un austríaco. La mujer del muerto, igualmente romana, se disculpó unos días mas tarde con el Director del Instituto de Cultura, por aquel, como dijo, lamentable incidente." Es que no hay derecho, morirse en medio de un concierto, una cosa es que te suene el móvil pero otra es que la palmes, ¡por muy mala que sea la obra, por dios! Vemos a Winkler como a un loco peligroso que recorre las calles de Roma escribiendo su propia existencia, relatando la muerte de los demás, exponiendo el punto de vista más amoral y cínico de la literatura mundial: "...normalmente escribo en cualquier parte, a los pies de alguna estatua de mártir que sigue perdiendo sangre, entre carabinieri que me iran recelosos, en la cripta de los papas del Vaticano o fuera junto al mar, cuando las olas rompen contra mis tobillos, o en el mercado, de pie en un charco de sangre de oveja." Referencias culturales abundan en las páginas del libro, desde Mishima, Kafka, Hebbel, a Pasolini: "Mientras, indeciso todavía sobre si debía ver la película de Pasolini o el Novecento de Bertolucci, pasaba de un canal de televisión a otro, pensé que Pasolini se había buscado sus asesinos en la Piazza dei Cinquecento y que no debía repetir la muerte de Pasolini". A mi me pasa mucho esto, dudo entre dos pelis y al final no veo ninguna. La variopinta clase de personajes que desfilan por la novela producen en el lector cierta desazón: "Con frecuencia vago por el laberinto de los pasillos del metro de la Stazione Termini o me siento en los vagones para, bajo tierra, poder desplazarme en todos los sentidos, con Roma y sus palacios, sus cardenales y obispos, gitanas, travestis y golfillos sobre mí." El libro está plagado de sugerentes imágenes poéticas acerca de la muerte: "Todavía humean las alas carbonizadas de un ángel de la guarda que saqué de debajo de un enorme montón de ciervos congelados". Todo el texto habla de la muerte, ahora lo sé: "Oye, no das señal de vida. Es que yo escribo sobre la muerte." Los nazis: "Bajo una campana de cristal, mi esqueleto de niño ennegrecido por el carbón, cuyas manos huesudas estaban juntas como para rezar, sujeto a una cruz gamada y rezando al Ángel de la Guarda...¡no me desampares ni de noche ni de día!". Los nazis y las lagartijas: "Caminando a orillas del Tíber, recogía a cubos lagartijas muertas y las sujetaba a la muralla del Tíber en forma de gran cruz gamada. Sólo me despertaré cuando las lagartijas se hayan podrido y pueda verse esa cruz gamada de esqueletos de lagartija". El libro finaliza con una especie de carta dirigida a la criada ucraniana que trabajaba en su casa, haciendo un recordatorio demoníaco -le retira los recuerdos-. Luego recolectará muertes a las que llevará al cementerio de las naranjas amargas. Y la Madonna de Rafael siempre presente... El problema -para Winkler- es que no sé qué puede escribir después de esto.

domingo, 11 de octubre de 2009

Cementerio de las naranjas amargas, de Josef Winkler (I)


Friedhoff der bitteren Orangen. Traducción del alemán de Miguel Sáenz.


Josef Winkler está loco, o es un genio, o las dos cosas. Éste es uno de los libros más impresionantes que nunca haya leído. No sabría decir exactamente cuál es la trama del libro. Puede que ninguna. El narrador recorre las calles de Nápoles y Roma con su cuaderno de viaje "sobre el que están representados los cadáveres resecos y revestidos de obispos y cardenales del corredor de los sacerdotes de las Catacumbas de los Capuchinos de Palermo". Lo fatídico, lo cruento, el ser humano siempre está ávido de carroña ajena: " "¿Qué buscan los dos hombres, que todos los días, como si supieran cuándo salgo de mi apartamento, están en la vía Barnaba Tortolini y sonríen cuando paso? No los saludo, no saludaré nunca a esos hombres que están siempre ahí, aguardando algún acontecimiento horrible." Acontecimientos de los que toma buena cuenta Winkler bajo una metódica narrativa que recuerda un poco a Madera de boj, de Cela, claro que Cementerio es de 1990 (publicado en España por Galaxia Gutenberg en 2008) y Madera de boj de 2002. Breves episodios, a cual más horrible y grotesco, cuando no velados por la ingenua mirada infantil : "En Nápoles, en el camino del cementerio, los panaderos vendían el día de Difuntos calaveras de azúcar del tamaño de una cabeza de niño y pequeños esqueletos también de azúcar, sobre todo a los niños, que los chupaban y lamían con aplicación". A veces pasados bajo el prisma onírico de Winkler y su universo de la caricatura humana: "Comiendo con cubiertos de plata mascarillas mortuorias de escayola, los invitados al entierro se sentaban en torno a la mesa, sobre la que bailaba una viuda reciente con un ternero blanco como la nieve que llevaba una corona de laurel." La culpa, el pecado, la esperpéntica liturgia católica: "¿Me avergonzaría siquiera si, llevando el árbol del fruto prohibido sobre la camiseta, me colgara del cuello, en lugar de una máquina fotográfica, mi cuaderno de viaje, en el que están pegados los cadáveres resecos y revestidos de los arzobispos y cardenales de las Catacumbas de los Capuchinos de Palermo y, con una máscara japonesa en la cabeza -sujeta en la frente con una cinta en la que pone "fujica"- entrara en la iglesia de San Pedro lleno de recogimiento y me dirigiera a la Pietá de Miguel Ángel, a prueba de bala?". Espanto es el término más acertado para describrir esta obra, pero un espanto existencial, continuado, no una imagen reflectaria de un único suceso, sino una disposición, un hálito, algo de lo que el ser humano no puede escapar:"Mientras que, en mi cuaderno de viaje, en el que están representados los cadáveres resecos y revestidos de los obispos y cardenales del corredor de los sacerdotes de las Catacumbas de los Capuchinos de Palermo, me ocupaba de las dos moscas, creí, sin levantar la vista sin embargo para convencerme, que un niño se me había acercado y contemplaba mis garabatos, pero me di cuenta con espanto de que ante mí había un pequeño gorila, que una mujer joven llevaba de una cadena delgada". El narrador vive para y por la escritura, de lo contrario...: "Todos los días debo tener de algún modo algo que ver con las palabras, escribiendo o leyendo, porque de otro modo me hundo. Me quiebro cuando, aunque sólo sea un día, recorro Roma sin leer ni escribir. Me imagino que tengo el cuerpo de cristal y, con cada paso, yendo por la calle, aparece una raja en ese cuerpo mío de cristal, y que mi cuerpo de cristal, un día, como estará lleno de grietas, no será ya transparente y en algún momento se desintegrará en la calle." Winkler está extraordinariamente capacitado para describir el horror, para ser un fiel cronista del mismo, pero también para despertar las imágenes más oníricas y estimulantes -a manera de trampantojos pictóricos- a partir de las situaciones cotidianas más indolentes y superfluas: "Mirando por la ventanilla del tren, vi bosquecillos de olivos, rebaños de ovejas con pastores y perros, muchos cementerios de automóviles, montones de contenedores de basura nuevos, todavía sin usar, pero también otros desechados como chatarra...". Olivos, chatarra, ovejas,..., no es una banalización del paisaje, más bien ¿un caleidoscopio de la locura en la que está inmersa la sociedad? Es la palabra cementerio la que queda impresa en el cerebro del lector. Cementerio de episodios terribles, de máscaras mortuorias y de delirios litúrgicos. La Iglesia siempre encontrará en la pluma de Winkler un lugar entre lo ridículo y lo deforme: "Cuando, en una misa de difuntos en una catedral romana, los asistentes al entierro pasaban junto al ataúd para recibir la comunión, recordé que al cura Franz Reinthaler, durante la transubstanciación, al partir la gran hostia, se le cayó la prótesis de la boca en una corona fúnebre que estaba delante del ataúd." La sombra de Bernhard recorre casi todo el texto. Además del repetido "cuaderno de viaje...", un tic claramente bernhardiano, nos encontramos con pasajes que recogen cierto asco u odio hacia lo austríaco: "La idea de que dentro de cincuenta o cien años estarán expuestos en la Universidad de Klagenfurt los bustos de los directores de universidad y rectores fundadores, que, casi sin excepción, son o fueron alcohólicos, me hace reír a carcajadas". Pero ésas son carcajadas de condolencia, de desesperación, de la vergüenza -Miguel Sáenz, traductor de Thomas Bernhard, habrá estado en su salsa realizando este trabajo-. La muerte, simbolizada por la máscara mortuoria propia reaparece como un espejismo una y otra vez, es el narrador un auténtico fantasma que deambula entre las calles romanas, en busca a veces de "golfillos tunecinos", o del simple brillo de unas escamas de pescado en pleno mercado, un fantasma que contínuamente está recogiendo episodios de su pasado en Carintia, con el que pretende establecer una analogía con su dispersa existencia actual. "Que los que obtengan mi mascarilla mortuoria levanten mi tronco de forma que mi cabeza caiga hacia atrás y, por una grieta, bajo mi garganta, salgan innumerables estampitas de la Madonna sulla Seggiola de Rafael, que todavía hoy cuelga, como una gran imagen religiosa, de la pared de mi antigua habitación de niño en la granja de mis padres, y se deslicen por mi pecho ya amarillento, a fin de que los médicos forenses, plañideras, mujeres alegres y hombres alegres puedan llevarse una como señal de lectura."
-continuará-

domingo, 4 de octubre de 2009

Calle de las tiendas oscuras, de Patrick Modiano


Rue des Boutiques Obscures. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia.





Si en Dora Bruder Modiano iniciaba una búsqueda de una joven perdida en los años del terror, y en En el café de la juventud perdida, la de otra joven que frecuentaba determinado café parisino, en esta novela, premiada con el Goncourt en 1978 y publicada recientemente por Anagrama, Modiano comienza la búsqueda de sí mismo -al menos literariamente. Es este libro un viaje retórico por la senda de los recuerdos. No podemos pedirle a la novela la exhaustividad de una obra analítica. ¿Por qué y cuándo perdió a memoria? ¿De dónde parte la primera pista? El protagonista lleva tiempo con una identidad falsa, sabe que él no es él, un detective privado sin grandes pretensiones que sin embargo no intenta averiguar su nombre hasta que no se queda sin trabajo. "¿Y usted que va a hacer Guy? -me preguntó tras tomar un sorbo de coñac con agua. -¿Yo? Estoy siguiendo una pista. -¿Una pista? - Sí. Una pista de mi pasado." Recuperar la identidad, perdida tras un episodio de amnesia no aclarado en la novela. Al lector le asaltan tantas dudas como al protagonista. Por qué no reconoce ante sus interlocutores su amnesia, por qué cada vez que le hablan de un supuesto conocido él repite los nombres, y las palabras, admitiendo su desconocimiento y sembrando la desconfianza en el entrevistado. Esa primera pista le conduce a un camarero, un tal Sonachitzé, que le presenta a un tal Heurteur. Sigue una segunda pista en la persona de Stioppa, a quien entrevista en un funeral. Los recuerdos se agolpan en una caja que Stioppa le cede gustosamente: "¿De verdad no quiere conservar todos esos recuerdos?". Si perdemos los recuerdos, nuestras fotos, nuestros recortes, no nos queda nada. Estamos en una caja, todo lo que somos. Como en un rompecabezas Guy va soldando las piezas, una tras otra. Pero ni siquiera cuando pretende reconocerse en una foto puede estar seguro de ello. La joven Orlow se quitó la vida: "¿No le parece, amigo, que hizo bien en irse antes de que fuera demasiado tarde?". La edad forma parte indisoluble del individuo. A Gay Orlow siempre se la recordaría joven. "-Es curioso -dijo Heurteur, clavándome los ojos-, no se le puede calcular a usted la edad." Cuando la intención supera a la razón uno hace todo lo posible por inventarse una vida pasada: "Yo intentaba imaginarme esta habitación en otros tiempos, cuando comíamos en ella. El techo, en donde pinté el cielo. La pared verde en donde quise, con esa palmera, añadir una nota tropical." ¿Qué son los recuerdos? Podemos manipularlos a nuestro gusto, ¿quién nos lo impide? Los lugares y los personajes se suceden. La obsesión de Modiano por los quicios abiertos de las ventanas iluminadas desde el interior reaparece en esta obra. Como si de la inversión de un retrato del renacimiento flamenco se tratara, esas ventanas abiertas parecen ocultar -a la par que muestran- una historia, un personaje, quizás a uno mismo. Un viejo estudio de costura donde encuentra a Helene: "Un maniquí viejo entre las dos ventanas cuyo torso cubría una tela sucia de color beige y cuya presencia insólita traía a la mente un taller de costura." El maniquí como figuración de la incertidumbre. Una joven y hermosa modelo llamada Denise: "Se nos acercaba y su cara me llamó la atención enseguida. Una cara de asiática, aunque fuera casi rubia. Ojos muy claros y rasgados. Pómulos altos." Un escritor egipcio, muerto en extrañas circunstancias:"-Voy a enseñarle una foto de mi amigo, al que asesinó ese canalla... Y voy a intentar encontrar su novela Navío anclado para dársela... Debería leerla." Todo ello en un recorrido por las calles de París, como siempre en Modiano, uno de los mejores embajadores de esta ciudad. "Si me acordase de la películas que vimos, podría saber con exactitud la época, pero, de esas películas sólo me quedan imágenes inconcretas: un trineo que se desliza por la nieve." Pues pudiera ser Ciudadano Kane de Orson Welles, de 1941. Su amigo Hutte sigue escribiéndole desde su Niza natal: "Tenía usted razón cuando me decía que, en la vida, lo que cuenta no es el porvenir, sino el pasado." ¿Qué es el porvenir? No es nada. En una postura casi sartriana Modiano, sin embargo, no rechaza el valor del pasado como columnas sobre la que asentar nuestra existencia. ¿Y si esas columnas son de barro? "Hasta ahora todo me ha parecido tan caótico, tan fragmentario... Retazos, briznas de cosas me volvían de repente según investigaba... Pero, bien pensado, a lo mejor una vida es eso...". La selectividad de la memoria es tan enigmática que estamos a su completa merced. Factores externos modifican a su capricho nuestra base de datos y terminan definiendo nuestra forma de ser y de pensar. Somos en realidad barcos a la deriva, incapaces de asimilar nuestras propias vivencias, ni de retenerlas en su totalidad. Es en este sentido la novela de Modiano una ejemplar revisión del mito de la caverna. Construir nuestro pasado a partir de la visión de otras personas, la mayoría ya muertas, a partir de documentos ajenos, de fotografías antiguas, desconocidas. Es también, como ocurría en Dora Bruder, una novela sobre la Ocupación alemana en plena segunda guerra mundial. El protagonista termina viajando a la isla de Padipi, para encontrar un nuevo vacío. Aún tendrá que ir a Roma, a la calle de las tiendas oscuras, a la búsqueda de su propio rastro.

martes, 29 de septiembre de 2009

La náusea, de Sartre (y III)

Bueno, a ver si termino el comentario sobre La náusea. Hay una parte de la novela que me interesa mucho, y es cuando Roquetin va al Museo de Bouville y ve un retrato de Blévigne pintado por un tal Bordurin: "No hubiera sabido decirlo, pero algo me molestaba; el diputado no parecía seguro en la tela. Después volví varias veces. Pero mi incomodidad persistía. No quise admitir que Bordurin, premio de Roma y seis veces codnecorado, hubiera cometido un error en el dibujo." Ingenuamente busqué información sobre este pintor, pero no la encontré. Luego menciona a un tal Richard Séverand y su cuadro La muerte del célibe. Nueva invención de Sartre. Finalmente puse en duda la existencia del Museo de Bouville e incluso de la propia Bouville. Pero Bouville existe, no es un Macondo ni una Región, es una localidad al sudeste de París, en el valle del Loira. Sin duda el arte es ua de las mayores fuentes de placer que tiene el hombre. Un tal Pacome es citado por Roquetin en su diario: "Nunca se dijo que era feliz, y cuando algo le proporcionaba placer, debía entregarse a ello con moderación, diciendo: "Es un entretenimiento"." Y cada vez estoy más convencido de ello, no sólo de que el arte se reduce a un mero hecho lúdico, sino de que su concepción obedece más a un juego en el que ocupar la mente que a una utilidad manifiesta y sincera para el ser humano, y lo demuestra fácilmente Sartre inventando estos pintores que bien pudieran haber sido reales, de forma que incluso ahora estoy en duda de su no-existencia (la gran ventaja de los críticos de arte: utilizar la inseguridad del ignorante para dar rienda suelta a sus fantasías sobre la creación). Sin embargo, Roquetin reconoce el "¡Admirable poder del arte! De ese hombrecito de voz chillona pasaría a la posteridad un rostro amenazador, un gesto soberbio y unos sanguíneos ojos de toro", refiriéndose de nuevo al retrato de Bordurin. Llega un momento en que Roquetin se harta de su libro sobre Rollebon: "Ya no escribo mi libro sobre Rollebon; se acabó, ya no puedo escribirlo. ¿Qué voy a hacer de mi vida?" Y lo que es peor: ¿qué va a hacer Sartre-Roquetin con el resto de la novela-diario de la que le falta aún casi la mitad por escribir? En la página siguiente la cosa intenta mejorar: "Tomé la pluma e intenté reanudar la tarea, estaba harto de esas reflexiones sobre el pasado, sobre el presente, sobre el mundo." Y es que cierto nihilismo impregna el tono de la novela, el pasado no existe, tan sólo como recuerdo que termina amanerándose y confundiéndose, el futuro lógicamente tampoco existe, sólo quizás como esperanza o intención, y el presente es tan efímero que apenas puede distinguirse de lo anterior. Después de escribir una frase Roquetin se agobia un poco: "Cualquier otro hubiera podido escribirla. Pero yo, yo no tenía la seguridad de haberla escrito." Y más abajo: "Eché una mirada ansiosa a mi alrededor: presente, nada más que presente (...) Se revelaba la verdadera naturaleza del presente: era todo lo que existe, y todo lo que no fuese presente no existía. El pasado no existía en absoluto." Es más, el pasado es tan turbio en ocasiones que no dejamos de dudar de él. Con respecto a unas cartas de Rollebon que cree haber robado de la Biblioteca del Estado: "Pero esto no parecía verdadero, y de este robo que yo mismo cometí no conservaba ningún recuerdo cierto." Los recuerdos pueden no ser ciertos TODOS. Roquetin empieza a dudar hasta de sus pensamientos: "Los pensamientos son lo más insulso que hay (...) Mi pensamiento es yo, por eso no puedo detenerme. Yo existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento -es atroz- si existo es porque me horroriza existir." Y vemos como se reúnen de una tacada el pasado Descartes y el futuro Bernhard. Cuando uno entra en esa espiral de ideas existenciales se plantea hasta la más obvia de las actividades: "Dan las cinco y media. Me levanto, la camisa fría se me pega a la carne. Salgo. ¿Por qué?". Si te preguntas por qué a cada cosa que hagas al final te vuelves loco y te quedas encerrado en tu casa -y a lo mejor no es tan mala idea, por dios. Lo que sucede es que llega un momento en que la desesperación te hace querer comunciarte de una forma imperiosa y casi anárquica: "El Autodidacta me mira de soslayo, con ojos risueños. Jadea un poco, con la boca abierta, como un perro extenuado. Lo confieso: esta mañana estaba casi contento de volver a verlo, necesitaba hablar." Se nos plantea una interesante cuestión en páginas sucesivas: ¿está todo escrito? ¿todo ha sido ya pensado? Cuando el Autodidacta le muestra a Roquetin un pensamiento que ha tenido sobre pintura: "Nadie cree ya en lo que el siglo XVIII consideraba verdadero. ¿Por qué hemos de deleitarnos aún con las obras que consideraba bellas?", Roquetin le dice no haberlo leído anteriormente en ningún lado, a lo que el Autodidacta responde decepcionado: "Entonces, señor -dice entristecido- es que no es verdad". Por otro lado, la idea del Autodidacta - que es luego atribuida por Roquetin al filósofo Renan, para alegría y consuelo del Autodidacta, en una escena portentosa y genial de la novela- es de un interés mayúsculo y encierra uno de los grandes misterios del arte actual que es por qué el arte antiguo sigue siendo hoy día mejor considerado (¿y entendido?) que el contemporáneo. Cuando vemos las caras de la gente, todos escenificando una farsa, nos parece estar viviendo un sueño: "Todas esas personas están sentadas con aire de seriedad (...) Cada uno tiene su pequeño empecinamiento personal que le impide darse cuenta de que existe; no hay nadie que no se crea indispensable para alguien o para algo". Yo es que me río mucho con este libro, leed si no este inicio de conversación "-Está usted alegre, señor -me dice el Autodidacta con aire circunspecto. - Es que pienso -le digo riendo- que estamos todos aquí, comiendo y bebiendo para conservar nuestra preciosa existencia, y no hay nada, nada, ninguna razón para existir." Ja, ja, ¡y eso que está alegre! En torno a la página 163 comienza el disparate reflexivo sobre la existencia de las cosas, los colores son turbios, aquel negro no parecía ser negro, la existencia no es la necesidad, yo era la raíz del castaño, etc..., unos pasajes realmente estremecedores y profundos. Finalmente se reencuentra con su antiguo amor, Anny. Ella dice "sobrevivirse", y Roquetin: "¿Qué puedo decirle? ¿Acaso conozco motivos para vivir? (...) Estoy más bien asombrado frente a esta vida que he recibido para nada". Y eso que no había estado esta mañana en el Ikea como yo. Al final de la novela Roquetin toma la decisión de abandonar Bouville. Visita la biblioteca por última vez : "La sala estaba casi desierta. Me costaba reconocerla porque sabía que no volvería nunca más." Cuando uno abandona un lugar quiere apresar todas las imágenes posibles, siempre me pasa cuando termino una estancia en una ciudad, el último día quiero volver a verlo todo, lo cual es absurdo e imposible: "Vacilé unos instantes: ¿emplearía estos últimos momentos en dar un largo paseo por Bouville, en ver de nuevo el bulevar Victor-Noir, la avenida Galvani, la calle Tournebride?" Luego acontece el desafortunado asunto del Autodidacta que es acusado de manosear a los chavales que van a la Biblioteca. Roquetin se apiada de él: "Alcancé al Autodidacta al pie de la escalera. Me sentía incómodo, avergonzado de su vergüenza, no sabía qué decirle". En realidad nunca sabemos qué decirle a los demás, ni si tenemos que decirles algo. Cuando yo dejaba Madrid, Roquetin dejaba Bouville. Con la exactitud de minutos nuestros caminos avanzaban de la mano. Ambos esperábamos la salida del tren. Yo era Roquetin, y pensé al despedirme: "Decir que hay imbéciles que obtienen consuelo con las bellas artes".